Merecido reconocimiento

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Cuando el señor de los ojos azules y el club de las ratas daba fama a la canción “fly me to the moon”, un grupo de jóvenes, apenas adolescentes, nos reuníamos en el traspatio de aquella casa con nuestras guitarras huecas y uno botes de lata, soñando con formar un grupo de Rock; practicábamos canciones sencillas pues nuestro dominio de los instrumentos era limitado, pero fuimos progresando y no solo logramos formar el grupo, sino que éramos contratados los fines de semana para tocar en fiestas y eventos y el dinero que nos pagaban nos sirvió para pagar los instrumentos y hasta para ahorrar.

Unos años después, el grupo se separó y para mí fue un golpe duro, en ese tiempo no se hablaba mucho de la depresión, pero creo que eso fue lo que me afectó por más de un año. Lo fui superando, la universidad fue un reto fuerte y había que sacarlo adelante, por lo que el estudio me absorbió la mayor parte de mi tiempo.

Pero algo me quedaba de aquella época que se había ido: mi gusto por tocar la guitarra. Cinco años después, consideré que había llegado a mi límite: si quería progresar en el dominio del instrumento, debía aprender a tocar por nota. Podía leer las notas de una partitura sencilla, pero no le encontraba ni pies ni cabeza a los tiempos, eso de corcheas, fusas y semifusas, es algo que no se me da.

Algo providencial se presentó, un sujeto se percató que tenía partituras de música para guitarra y me abordo, se presentó conmigo, su nombre Jean Louis, era el representante de la Alianza Francesa en la ciudad y me comentó que él tenía interés por aprender a tocar la guitarra; por su parte, tenía experiencia en leer la música escrita, pues tocaba el piano, por lo que llegamos al acuerdo de juntarnos para compartir nuestra experiencia y así lo hicimos. Dos veces a la semana, nos reuníamos y, al poco tiempo, me preguntó si no tenía inconveniente para que se nos uniera otra persona que deseaba aprender guitarra por nota.

Claro que no lo tenía, otra persona nos compartiría su experiencia. La siguiente reunión acudió, me asombró el dominio que tenía para tocar la guitarra, sus dedos se resbalaban por el diapasón como si fueran abejas y la mano derecha tenía un control sobre las cuerdas, que las pulsaba con exactitud impresionante. Mucho le aprendí en las pocas semanas que seguimos reuniéndonos, tanto en el arte de tocar la guitarra, como en su trato sencillo y franco; pero las sesiones se acabaron pues Jean Louis, fue asignado a otra ciudad y cada quien siguió su rumbo.

Por aquel tiempo vino a la ciudad el concertista argentino, Manuel López Ramos y acudí a escuchar su concierto, nunca había pensado que con una guitarra se pudiesen hacer tal cantidad de sonidos. En realidad, al estar escuchando, me parecía que oía dos guitarras, me impresionó cuando interpretó Recuerdo de Alhambra de Francisco Tarrega, pues yo tenía la partitura de esa pieza y no había podido encontrarle los tiempos, cuando escuche la interpretación del maestro bonaerense, comprendí el porqué.

Eso me dio ánimo para aplicarme más, pero los deberes laborales y familiares, me fueron relegando de mi gusto por la música. Aunque lo aprendido fue suficiente para seguir con esa afición, lo que ha sido una gran satisfacción y entretenimiento durante mi vida.

Un buen recuerdo me quedó de aquel tiempo, en que nos reuníamos en la casa que ocupaba la Alianza Francesa y compartimos nuestra experiencia con ese maravilloso instrumento musical que es la guitarra, sobre todo lo que nos participó el amigo que deslizaba sus dedos sobre los trastes, con la naturalidad propia de un virtuoso.

Desde aquel tiempo, le perdí la pista, pero en alguna ocasión pregunté por él y me comentaron que aquella vez que López Ramos dio su concierto, lo conoció y le llevó al conservatorio de Música en Buenos Aires. Desconozco si esto sea verdad, pero lo cierto es que dedicó su vida a la guitarra y llegó a interpretar la guitarra clásica con una maestría incomparable. Supe que fue concertista y también acompañó a famosos intérpretes de la música en México; pero poco se oía de él en su tierra natal. No me extraña, si en algún lugar tiene aplicación el dicho “nadie es profeta en su tierra”, es en Chihuahua.

Esta historia tiene un final feliz, el  que relatare a mis pocos lectores en la siguiente aportación, pues el espacio, en ocasiones, limita nuestro deseo de narrar.

Les invito a ver los vídeos sobre este y otros temas en

https://www.youtube.com/channel/UCVIY16VXPjfvK5_x2Yjn7Aw

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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