No soy gringo…

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Es un Volkswagen sedán rojo 1995, en la parte trasera, sobre el cofre del motor, está escrito: “El güero del vocho”. Su dueño es el joven holandés Dirk Lotgerink, quien vino a México por primera vez en 2012, a la ciudad de Guanajuato, para estudiar literatura y se quedó prendado de nuestra tierra y cultura. Se encuentra viajando por el país y ya ha recorrido varios estados en su pequeño carro clásico, al que ha denominado Rocinante, en alusión al jamelgo del Quijote de La Mancha. En realidad, algo de quijotesco tiene su viaje. Lotgerink platica que, en Europa, los medios de comunicación, cuando mencionan a México, sólo se refieren a las malas notas sobre el país y su travesía obedece a la intención de escribir un libro en el que hable de los aspectos positivos de cada una de las regiones de México. Suele cubrir su cabeza con una gorra de béisbol rojo y blanco, en cuya frente dice: “No soy gringo”.

Su cariño hacia México le ha llevado a viajar por el territorio para escribir sobre las bondades del país.

La frase en su gorra es, a mi entender, la clara indicación de que no le gusta que le confundan con un estadounidense en México y esto debido a la animadversión que existe en este país y en la mayor parte del planeta, hacia los americanos, aun cuando estos visiten un lugar en plan turístico. Indagando sobre las razones de esto, me encontré con el estudio

“La americaneidad y el exterior. Temores y expectativas entre los turistas americanos en el extranjero”, elaborado por Maximiliano E. Korstanje, del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo en Argentina.

El catedrático menciona que los estadounidenses sufren de lo que se denomina etnocentrismo, que es una forma de pensar arraigada, en la que se considera que la cultura propia es el único criterio para medir las otras expresiones culturales y se estiman a sí mismos como un pueblo ejemplar, lo que se pone a prueba cuando viajan al extranjero.

El estadounidense se ha formado para verse como algo especial frente al resto del mundo. Básicamente encontramos dos expresiones de ese etnocentrismo: Los aislacionistas, quienes piensan que EEUU es el garante, frente al mundo de los valores básicos de libertad y tolerancia y que la preservación de estos, debe hacerse aun con el uso de la fuerza cuando esos valores americanos se ven amenazados. La otra tendencia la representan los intervencionistas, para quienes, si EEUU deja un vacío de poder, otra nación tomará el lugar, lo que representa una grave amenaza para todos, no sólo a los estadounidenses, sino a todas las demás naciones que deben ser salvadas por el país anglosajón.

La política intervencionista de EEUU en los mercados mundiales, aprovechando su poderío para favorecer sus propios intereses en perjuicio de sus socios, ha creado un clima de resentimiento que se vuelca hacia los turistas estadounidenses, quienes, debido a su etnocentrismo, ven en la hostilidad un signo de autoritarismo.

Para fortalecer esos argumentos, Korstanje analiza el libro de Charles Robert Temple, escrito en 1961 “American Abroad”, este autor, a pesar de haber sido un hombre culto y políglota, no pudo librarse del etnocentrismo y, en su trabajo, escrito en plena guerra fría, explica los cambios que sufre el estadounidense cuando sale de su país.

Ve a los estadounidenses que viajan como representantes de su cultura en otras partes del mundo. Para él estadounidense, su democracia es un legado sublime que lleva al mundo bajo el entendido que es un embajador de esa democracia.

Su etnocentrismo y supuesta  lleva muchos a no interesarse por otras costumbres y culturas y es por esto que el ver poblaciones marginadas o empobrecidas les da una sensación de supremacía, la que evidentemente disfrutan, lo que los lleva a despreciar a aquellos que sufren de esas carencias. Al juzgar otras sociedades, no toman en consideración las políticas de su país y el daño que estas han causado en las distintas partes del mundo.

Se consideran superiores moralmente y no comprenden que existen otras formas de ver el mundo y vivir; su ego de  implica que ellos son excepción frente al resto del mundo y, por tanto, se consideran por encima de los demás. Se consideran frente a los otros como más inteligentes, democráticos, competitivos y virtuosos.

Su etnocentrismo les hace vivir en un círculo cerrado al cual sólo pertenece un grupo de elegidos, su supuesta superioridad moral les hace considerarse excepcionales frente al resto del mundo y esto les permite justificar la expansión de sus política comerciales y militares; para ellos, el éxito económico es una bendición que le acerca a Dios.

El autor menciona: “…si por un lado fomenta la libertad dentro de sus fronteras, en el exterior (ese mismo sentido de ejemplaridad) se permite intervenir en otras naciones soberanas. Esto genera hostilidades en las que el turismo es rehén”.

Así pues, encuentro la clara justificación de la gorra que dice “No soy Gringo”.

 

Credito de las fotografías: Dirk Lotgerink

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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