Corrupción, ¿un problema cultural?

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Luego de admirar el verde profundo de los ojos de aquella mujer, el empleado de la tienda tomó la tarjeta de crédito que la cliente le dio. Su distracción le impidió notar que el plástico con el que se pagaba la cuenta de dos barras de chocolate correspondía a una Riksdag, que es la que utilizaban los altos funcionarios del gobierno de Suecia, para los gastos oficiales. La cliente era Mona Sahlin, en ese tiempo viceprimer ministra de ese país, quien también utilizó la tarjeta para comprarse prendas personales.

Cuando la prensa divulgó la historia, el rechazo social hacia esa conducta fue unánime, los suecos consideraban que se había cometido un abuso que no debía pasarse por alto; en esa nación, los funcionarios públicos deben ser ejemplo de honradez, no están en su puesto para enriquecerse o servirse de él, sino para servir a la sociedad.  La viceprimer ministra, a los pocos días, dimitió a su cargo y ofreció disculpas a la comunidad por lo que había hecho.

Juan Mena y su hijo transitaban por la carretera conocida como Paso Expres de Cuernavaca, repentinamente el vehículo se hundió y cayó cuatro metros al vacío, ambos tripulantes sufrieron contusiones pero quedaron vivos, confinados dentro del vehículo, en aquel profundo hoyo que se había abierto en una carretera que, apenas cuatro meses antes, había sido inaugurada, con bombo y platillo, por el presidente Enrique Peña Nieto. Los tripulantes murieron por asfixia, luego de una hora de angustia en aquel lugar.

Las autoridades locales, desde que la construcción de la carretera inició, informaron que la obra corría riesgo, lo que se evidenciaba en estudios técnicos que fueron presentados en forma oficial, pero desdeñados tanto por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) como por la constructora privada que tenía a su cargo la obra.

Gerardo Ruiz Esparza, titular de SCT, se limitó a dar explicaciones técnicas para justificar la falla que había tenido la construcción de la carretera y causado la muerte de dos ciudadanos. Senadores y el propio gobernador de Morelos, le hicieron ver que si bien no tenía responsabilidad directa en esos hechos, si tenía responsabilidad política como titular de la dependencia responsable de la obra y le exigieron que renunciara a su cargo. A la fecha, Ruiz continúa como secretario del ramo.

La diferencia entre ambos casos es palpable: El primero, para nuestra cultura, sería algo tan simple que no valdría la pena comentarlo. El segundo, a pesar de haber causado gran malestar social, no ha tenido mayor consecuencia al servidor público cuya responsabilidad indirecta fue evidente.

Peña Nieto ha dicho que la corrupción es un asunto “de orden cultural”, y las críticas de los medios de comunicación, intelectuales y líderes de opinión le llovieron, pues alguien que en lo personal y en lo institucional ha sido señalado continuamente por su venalidad, no tiene autoridad moral para hablar de combate a la corrupción ¡así de simple!

A pesar de la falta de calidad moral de Peña Nieto para hablar como lo hizo, creo que tuvo razón al expresar que la corrupción tiene aspectos arraigados a la cultura, como se observa en los dos ejemplos planteados.

En México no existe una verdadera conciencia de respeto a las pautas de conducta, incluyendo las legales. Esto va desde cosas tan simples como el estacionarse en los lugare destinados a discapacitados o recoger las heces del perro en el parque, hasta cuestiones de mayor envergadura, como el respeto a la propiedad o vida de otros.

No vemos con desagrado a quienes, rompiendo las reglas, tiene éxito económico. La «Cultura del Narco» es un reflejo de esto: música, forma de vestir, tipo de vehículo y actitudes; son imitadas por la juventud. Para ellos un narco es la imagen de un héroe que ha logrado superar un estatus de pobreza y por ende algo imitable. El cómo lo hizo, es secundario, lo importante es el resultado y, si para lograrlo deben romperse las reglas, bienvenido sea.

En el caso de los políticos y empresarios aliados a ellos en el desfalco de los fondos públicos, es común verlos acompañados de personas que les expresan admiración, en gestos de adulación dignos de mejor causa.

Así que cuando Peña Nieto afirmó que es necesario cambiar nuestra cultura ética para combatir a la corrupción, coincido con él, aunque no haya sido el más indicado para decirlo.

Ningún país está exento de la corrupción, pero la cultura de legalidad y el rechazo social a quienes rompen las reglas sociales, son las mejores armas para combatir la corrupción, un combate que nazca del mismo seno de la sociedad, sin esperar a que los líderes hagan lo suyo; que los actos venales no queden impunes, cuando menos en el juicio social.

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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