Policía: Una imagen que reivindicar

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Junto a la escalera se encontraba la puerta de aquel apartamento en un edificio de viviendas de Williamsburg, Nueva York; un informante les había dado la dirección y el agente más joven tocó a la puerta que se abrió sólo un resquicio, dejando ver a un hombre que, empuñando una pistola, apuntó a la cara del policía. Los compañeros de éste, con un gesto de entendimiento, bajaron las escaleras, dejando a su colega a merced del criminal armado.

El ruido y los gritos del forcejeo lograron que algunos vecinos asomaran la cara tímidamente desde sus puertas, sin atreverse a intervenir; fue entonces cuando el disparo retumbó por todo el pasillo, el policía, abandonado por sus compañeros, recibió un tiro en plena cara y cayó; el criminal y sus secuaces salieron corriendo y se perdieron en los intrincados callejones de aquel barrio de Brooklyn.

Uno de los vecinos habló a emergencias describiendo lo que acababa de pasar y otros policías y una ambulancia llegaron al lugar; el oficial herido pudo salvar su vida, y ese hecho le decidió a denunciar a los medios la corrupción que permeaba al cuerpo policiaco en aquella ciudad. El alcalde John Lindsay, no tuvo otra opción que enfrentar aquello que era plenamente conocido, pero que se callaba por conveniencia. Para preservar la imagen integró la Comisión Knapp para investigar al Departamento de Policía de Nueva York, la que presentó su informe en 1972: protección a criminales, extorsión, fabricación de chivos expiatorios, montaje de pruebas y narcotráfico, son algunas de las actividades más comunes a las que se dedicaban aquellos a quienes la ciudad había entregado la función de proteger y servir a sus habitantes.

El detective Frank Serpico, quien desde niño quería ser policía para atrapar a los criminales “como los que habían matado a su abuelo”, nunca fue perdonado por sus compañeros y, ante la hostilidad que vivió en su trabajo, decidió retirarse en 1973.

Hace tres años, a la edad de 73, Serpico concedió una entrevista a el periodista Vicente Jiménez, del diario El País, en la cual, el expolicía expresó una serie de reflexiones respecto a la función policial:

“El problema de la policía es de actitud. Yo soy la ley, dicen. No, yo soy el que defiende la ley. Yo no soy la ley. Representar la ley es un derecho, y hay que ganárselo… Si matas y maltratas, cómo quieres que te quieran…”.

“Los policías de ahora se quejan como niños de que no quieren hacer sus deberes. Tienen miedo. Un policía con miedo es un policía mal preparado. No se puede ejercer este oficio con miedo… Es legítimo querer regresar sano y salvo a casa cada noche, pero no a costa de la vida de un inocente”.

Sobre las relaciones entre la policía y la sociedad resalta la separación que existe y refiere como una de sus causas, que los policías “se creen mejores que ellos (los ciudadanos). Es un problema de toda la sociedad, no sólo de la Policía. No hay respeto por la gente, solo se piensa en ganar dinero, en ganar poder… El ciudadano no importa. Ser policía es un honor, pero no un lugar para hacerse rico”.

Elementos con la valentía de Serpico son necesarios en los cuerpos policiales. Sus reflexiones son actuales y claramente se aplican a los casos de aquellos que fueron condenados en investigaciones en las que intervino Ronald Watts, exoficial de la policía de Chicago y quien dirigía un grupo táctico que antes que combatir el crimen, se dedicaba a vender protección, encontrándose involucrado en tráfico de drogas y comercio de armas ilegales y que, a quienes se negaban a cooperar, les creaban casos, según afirmó una de las víctimas de estos malos policías.

Este lunes 18 personas sentenciadas por casos en que se involucró a ese grupo de policías, fueron testigos de cómo se revocó su condena en una audiencia en un juzgado penal en el Edificio Judicial de Leighton en Chicago. Hasta la fecha, son 42 personas incriminadas que se han visto liberadas; pero según el abogado del Proyecto de Exoneración de la Universidad de Chicago, Joshua Tepfer, de cerca de 1,000 casos en los que intervino el grupo de Watts, 500 tienen la posibilidad de llegar al mismo destino.

Las víctimas de ese mal actuar policial van a ser indemnizadas, pero nada podrá reparar el escarnio que sufrieron ellos y sus familias y el daño causado a la imagen policial que conlleva heridas difíciles de sanar y una degradación de la figura de autoridad de la policía, que es muy necesaria para conservar la paz social.

La función policial, por regla general, no es apreciada, aunque quienes conocemos de cerca a quienes realizan esa importante función, sabemos de los sacrificios personales y familiares que tienen que hacer; como catedrático en el Instituto Estatal de Seguridad Pública (IESP), por más de diez años, he sido testigo del paso de las generaciones, de hombres y mujeres que laboran dentro de las áreas de procuración de justicia y seguridad pública y he llegado no solo a apreciar, sino también admirar a estas personas que sacrifican su pocas horas de descanso, para superarse en la profesión que desempeñan.

Relacionado con lo anterior, en estos últimos días he sido testigo de un hecho que realmente me causó disgusto y he leído sobre otros que realmente causan malestar, paso a comentarlos:

Creo que en lo que se refiere al IESP, ha faltado, en los últimos sexenios “cacaraquear el huevo”, como coloquialmente se dice, el esfuerzo empezó hace cerca de doce años con la creación del entonces Centro de Estudios Penales y Forenses, cuyo objetivo era crear un organismo de capacitación para la entonces policía ministerial. Desde un inicio compartí la experiencia de formar ese órgano, que ahora, con distinto nombre, tiene en su haber el área académica del sistema de procuración de justicia, desde preparación de Cadetes de recién ingreso hasta la impartición de maestrías en las áreas de Seguridad Pública y Derechos Humanos, pasando por licenciaturas en Procuración de Justicia y Criminología.

En días pasados tuve el honor de ser invitado a la graduación del IESP. Más de quinientas personas recibieron reconocimiento a sus grados académicos. Piénselo usted estimado lector, quinientas personas que han sido preparadas para realizar funciones que tienen como finalidad lograr la tranquilidad en nuestra sociedad. El esfuerzo que todos ellos realizaron para llegar a tener un grado de licenciatura, diplomado o maestría, no fue poco, tuvieron que relegar descanso y familia y, en muchos casos, seguir trabajando como lo hacen todos los días. No en vano las maestrías se imparten los fines de semanas en cursos intensivos de ocho horas.

Conociendo lo que a estas personas les ha costado llegar a su meta, me vestí para la ocasión, de traje, corbata y camisa blanca y, durante el tiempo que estuve en el evento, me comporté con la seriedad y el respeto que el esfuerzo de esas personas merece.

Mi molestia llegó cuando vi a algunas de las “personalidades” invitadas, que en su presencia demostraban un descuido que, en mi opinión, significaba poca consideración al evento y, por ende, a aquellas 500 personas que veían coronados sus esfuerzos de varios años. En el mismo templete algunos de los representantes de autoridades que acudieron, no se tomaron la molestia de acudir con camisa presentable y ni tan siquiera corbata y en las primeras filas de los asistentes, asignadas a quienes tienen algún nivel de representación social o académica, se veían también algunas personas vestidas en forma inadecuada para el evento. Debo reconocer que la mayor parte de los académicos que ahí estábamos, nos encontrábamos presentables, pues reconocemos el esfuerzo de los graduandos al formar parte de este, lo que también nos hace sentirnos ofendidos por desaliñada presencia de algunas de las autoridades gubernamentales y académicas ahí presentes.

La otra situación de desagrado derivó de la confirmación de algo que había constatado en lo personal. Durante uno o dos semestres, en la administración de Cesar Duarte Jáquez, simplemente no se me pidió impartiera cátedra en la maestría, cuando volví me dió tristeza ver el deterioro físico de las instalaciones y este fin de semana pasado, me enteré que una de las herramientas para auxiliar a la Seguridad Pública en el Estado, el Fideicomiso para la Competitividad y Seguridad Ciudadana ha sido objeto de malos manejos, según artículo publicado en el Heraldo de Chihuahua, se habla ahí de desfalcos por millones de pesos de dinero aportado por los empresarios chihuahuenses, en la búsqueda de una mejor sociedad y me pregunto si esto fue así en algo que se supone tiene una vigilancia privada, que habrá pasado con los fondos públicos cuya vigilancia era nula, como lo ha demostrado la reciente historia de la función pública en nuestro Estado.

Vayan pues estas letras para reconocer a los graduandos del IESP y a quienes trabajan en la Seguridad Pública por sus esfuerzos y dedicación y para lanzar un reproche a aquellos que no mostraron ese respeto en la ceremonia de graduación.

Buen domingo

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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