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Era el único teléfono en treinta kilómetros a la redonda, se encontraba en la tienda del pueblo y para la gente de las zonas rurales adyacentes era la única posibilidad de comunicarse por esa vía. El hombre vestía ropa sencilla y, aunque joven, se veía en su rostro y manos los efectos del trabajo bajo el sol.

– Tío, decía, – hace una semana murió mi madre y me quedé solo, tuve que vender dos chivas para pagar el entierro y estoy desesperado, la siembra no da ni pa` comer y la ayuda del gobierno no nos llega, algunos dicen que solo se la dan a los que están afiliados al partido y otros, que se la reparten entre el Presidente Municipal y sus achichincles, pero los que la necesitamos, no vemos nada de ella. Aquí ya no hay futuro… –

Luego de escuchar del otro lado de la línea, nuestro amigo colgó y vio con tristeza hacia el suelo, debía sobrevivir, pero ese país, en el que habían nacido sus padres, abuelos y antepasados durante incontables generaciones, ya no presentaba opciones y debía irse de mojado. Había recibido propuesta de compra por su parcela de un hombre rico del lugar y, aunque le ofrecía poco, acudió a él y, a pesar de su juventud, negoció duro y pudo obtener un poco más de lo ofrecido inicialmente, pero, la verdad, no llegaba ni a dos tercios del valor real.

Con el dinero bien escondido entre sus zapatos y el cinto, tomo rumbo hacia el norte, solo se bajó del camión lo necesario para su aseo personal y a los dos días se encontraba en la frontera, su tío le había dado el teléfono de un “coyote” que le ayudaría a pasar al otro lado. En Nuevo Laredo, dejó el camión, llevando un bulto con sus pocas pertenencias y, desde un teléfono público, habló a la persona con quien había entablado contacto. Una hora después un individuo le abordó, haciéndole ver que le habían enviado para recogerlo, le siguió hasta el estacionamiento y se subió a una camioneta en la que se encontraban tres sujetos más. Fueron llevados hasta una casa en la que había otras siete personas. Durante dos días esperaron hasta que se juntaron dieciséis, cuatro de ellos eran mujeres y todos venían de distintos lugares, algunos de Centroamérica y otros de México, generalmente de zonas rurales.

Al día siguiente salieron en la parte trasera de un vehículo de carga, viajaron durante dos horas hasta que llegaron a un paraje, en donde cruzaron un río ancho en dos pequeñas lanchas de hule; una vez en la ribera norte echaron a andar rápidamente guiados por un guía que les acompañó por un reseco terreno cubierto de matorrales y mezquites, todos ellos llevaban, como alimento, latas de sardinas y galletas saladas y un bote de plástico en el que cargaban agua, pintado de negro para que no reflejara el sol, delatando su presencia. En una pequeña población, el guía les dijo que ya habían pasado la zona de vigilancia fuerte de la migra y les indicó donde podrían tomar transporte.

El joven de quien hemos hablado, solo tenía dinero para alimentarse, por lo que se acercó a una estación de gasolina y esperó hasta ver un chofer con apariencia de hispano y le pidió lo llevara. Fue de esta forma como llegó hasta Chicago, su destino final. Ahí su tío le albergó en su pequeño departamento y al día siguiente le presentó con su patrón, quien de inmediato le contrató, en un restaurante, para realizar labores de limpieza.

Como la práctica hace al maestro y nuestro amigo era de sesera lúcida, fue ascendiendo y aprendió el oficio, a grado tal que, a los pocos años puso su propio negocio, un pequeño restaurante de comida mexicana, cuyos clientes eran los vecinos del barrio, pero la fama se extendió y al poco tiempo, también los “güeros” consumían sus sabrosos guisos.

Años después, compró un terreno donde construyó un nuevo negocio de comida, que creció en fama por su calidad y buen servicio. Un buen día, dos hombres altos y de traje pidieron hablar con él, los recibió con temor, habían pasado más de 30 años de su aventura por el río Bravo y aunque había arreglado su residencia y era ciudadano, los recuerdos de los días       que vivía con el miedo a ser detenido por la “migra”, habían dejado su marca.

Con temor, se acercó a aquellos hombres quienes se identificaron como agentes del Servicio Secreto: – El presidente vendrá a Chicago dentro de una semana y quiere comer en su restaurante con unas personas en un reservado –, le dijo uno de ellos.

Aquella comida se llevó a cabo y le siguieron muchas otras de personas importantes del mundo de la política y el espectáculo; el restaurante se convirtió en uno de los más famosos de la ciudad. Nuestro amigo se convirtió un referente de éxito para los hispanos, quienes dicen a sus hijos: – ¡Si quieres tener éxito, trabaja como fulano! –

Este 18 de diciembre fue el Día Internacional del Migrante, instaurado por la Organización de las Naciones Unidas y vaya esta historia, como muestra de mi admiración y respeto para todos aquellos hispanos que han tenido el valor de enfrentar los peligros de cruzar la frontera sin papeles, en la búsqueda de un sueño de vida, los países de donde han salido, hemos perdido mucho, con cada uno de ustedes que se va.

Felices fiestas, gente admirable.

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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