¡Se rifa un avión!

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Más de dos horas habían transcurrido desde que lo habían detenido dos cuadras afuera de su casa y no quería dar la información; los policías judiciales estaban bajo mucha presión, su jefe les había dicho que tenían que resolver el caso ¡como diera lugar! No eran sádicos ni mucho menos, pero su trabajo implicaba hacer cosas desagradables y fue por eso que salieron de la ciudad, y después de una hora de carretera, se desviaron otra media hora por un camino vecinal, llegando a un paraje solitario, en el que bajaron al detenido y le quitaron las esposas.

En la cajuela del coche traían todo lo necesario para realizar su desagradable función: una palangana, dos botes de agua de 50 litros cada uno, vendas de gasa para poder atar a los sujetos sin que se causaran daño y una vara eléctrica de las que se usan para arrear al ganado.

Ataron al detenido a un mezquite, le descubrieron el pecho y sus partes íntimas, los que mojaron y empezó el tormento. El sujeto gritaba de dolor, pero era un tipo duro y se negaba a dar información.

Los policías dejaron pasar un rato para que se restableciera y acto seguido, con una pala, que también cargaban en su vehículo, le hicieron cavar un hoyo lo suficientemente grande para cubrir un cuerpo y, volviéndolo a atar, le hicieron hincarse y mientras uno le puso la pistola en la sien, diciéndole que hasta ahí llegaba, su compañero, sin que el detenido pudiera verlo, acercó su arma a la cabeza del sujeto y disparó.

El detenido no pudo controlar sus esfínteres y ahí mismo evacuó y llorando por el miedo y la humillación, contó a los policías todo lo que sabía.

Hacía más de 24 horas que aquellos sujetos, que se habían identificado como Judicial Federal, habían entrado por la fuerza a la casa y se habían llevado sin consideración y a plena luz del día a la madre y su hijo de 19 años, frente a la mirada curiosa de los vecinos que, asustados, veían aquel acto de arbitrariedad y exceso de fuerza.

Habían sido llevados a un sótano alargado lleno de cuartos protegidos por macizas puertas de madera en donde los encerraron por separado. Muchas horas de angustia pasaron sin que ninguno supiese que había sido del otro; mayor fue su desasosiego cuando durante varias horas escucharon los gritos de dolor de alguien a quien le gritaban amenazas e insultos y le interrogaban en forma inmisericorde.

Durante la mañana les llevaron un plato que contenía algo similar a la avena y un vaso de agua; no fue sino hasta alta hora de la tarde en que la madre fue sacada de su celda y llevada, escalera arriba, a un pequeño cuarto en el que había una mesa con dos sillas, en una de ellas se encontraba su hijo, al verlo trato de acercarse para consolarlo, pero los sujetos la detuvieron con violencia y la sentaron en la silla del otro lado de la mesa, le pusieron un documento de tres hojas enfrente y una pluma y le ordenaron firmarlo. La señora trató de leerlo, pero recibió una bofetada que estalló en aquel pequeño cuarto como un latigazo.

El hijo grito de coraje y trató de levantarse para ayudar a su madre, pero el sujeto que estaba tras él, le pego con un objeto en la cabeza y cayó atontado en el asiento, la señora temerosa, firmó el documento, los policías sonriendo, los levantaron y llevaron de nueva cuenta a sus celdas donde tuvieron que esperar hasta el día siguiente que fueron trasladados al penal y puestos a disposición de un juez.

Había sido presentado ante el Juez, en condiciones deplorables, su rostro presentaba hinchazón y un morado hematoma, aunados a un corte sobre su ceja, todo en el lado izquierdo de su cara, el informe policial mencionaba que se había resistido al arresto, lo que provocó el uso de la fuerza, pero el defensor presentó al juez un reporte forense, en donde se describían lesiones en los testículos, pecho y ano provocadas por quemaduras producidas por choques eléctricos.

En el tribunal, en sesión privada, el personal del juzgado hizo constar la existencia de dichas lesiones y la coincidencia de estas con las fotografías exhibidas junto al reporte médico.

En la defensa, el abogado solicitó que no se tomasen en cuenta las declaraciones del detenido antes de ser llevado ante el juez, pues existía prueba suficiente que estas habían sido extraídas con tortura.

En su sentencia, el juez desatendió el argumento de la defensa y condenó basado en la confesión ante la policía judicial; el argumento de la tortura no era válido, pues nunca se comprobó que las lesiones del reo hubiesen sido provocadas por la policía y que era posible que este se las hubiese provocado intencionalmente para usarlo en su defensa.

En la próxima aportación veremos la relación de estos relatos con la propuesta de AMLO para la rifa del avión presidencial.

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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