El tesoro de la cueva del Dios Jaguar

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Eleuterio, Mariano y Esteban Mazón; Ermilo, Jacinto y Pascual Un Noh, campesinos de la región, cortaban las matas para abrir terreno para la siembra, cuando lo descubrieron: un hoyo en la tierra que parecía conducir a un laberinto de cuevas en las que encontraron ofrendas muy antiguas, un verdadero tesoro del mundo maya.

Al día siguiente antes de volver a la labor, dieron aviso a las autoridades de lo que hallaron y estas no tardaron en encontrar al arqueólogo Víctor Segovia Pinto, quien llegó a la región con la intención, novedosa y arriesgada, en aquel 1966, de realizar exploraciones subacuáticas en el Cenote Sagrado de Chichen Itza, en Yucatán.

Segovia vio las posibilidades arqueológicas del sitio, pero en ese momento no tenía tiempo, infraestructura ni fondos para realizar la exploración, debía enfocarse en lo que tenía en ese momento, por lo que procedió a tapiar la entrada y dejarlo para mejores tiempos. Pero éstos no llegaron, Segovia murió en 1955, al parecer, llevándose consigo el secreto de aquel hallazgo arqueológico.

Pero alguien acompañó a los campesinos que dieron con el hallazgo, Luis Un, hijo de uno de ellos y en aquel entonces un niño, que siempre conservó el recuerdo de aquella experiencia y fue quien entró en contacto con científicos del proyecto Gran Acuífero Maya (GAM), equipo disciplinario que tiene como objeto la preservación, estudio y exploración del subsuelo de la península de Yucatán.

Los científicos procedieron a la exploración de la cueva, lo que no fue sencillo pues tuvieron que arrastrarse por pasillos de sólo 40 centímetros de altura, en algunos lugares el oxígeno llegó a ser escaso y asombra cómo los antiguos mayas llegaron a explorar ese mundo subterráneo sin otra cosa más que antorchas.

No fue sino después de recorrer 400 metros bajo esas difíciles condiciones, que los arqueólogos llegaron a una cavidad de casi cuatro metros de altura y ahí encontraron lo que buscaban, una gran cantidad de ofrendas rituales de más de mil años de antigüedad, es tan antiguo que con el pasar de los siglos, las pequeñísimas porciones de sales que contiene cada gota que cae sobre algunos de los objetos, ha llegado a formar estalagmitas que se integran a las vasijas mayas en un simbolismo de naturaleza, tiempo y cultura humana.

Entre los objetos se encontraron quemadores de incienso, platos, objetos de jade, vasijas y piedras de molienda y en algunos de ellos quedan restos carbonizados de incienso, alimentos, semillas, huesos y conchas, que ayudarán a entender cómo eran los tiempos en que esas vasijas fueron ofrendadas.

El sitio es conocido como Balamkú o cueva del Dios Jaguar y su descubrimiento puede ayudar a salvar un error cometido en los años 50, cuando se descubrieron 70 incendiarios en una cueva del sitio conocido como Balankanché, con restos orgánicos, que no fueron analizados; perdiéndose así una oportunidad de conocer mayores circunstancias sobre el mundo maya, pero este nuevo descubrimiento da la posibilidad de subsanar aquel error y poder conocer cómo fue la extinción de la maravillosa cultura maya.

Según el arqueólogo Guillermo de Anda, jefe del proyecto de exploración, en la época que datan las vasijas hubo grandes sequías en la zona y esto, aunado a la dificultad para llegar hasta las cuevas de las ofrendas, da pie para considerar que estos lugares son rituales, lo que se fortalece por el hecho de que algunos de los objetos tienen la cara de Tláloc, el Dios de la Lluvia, que fue adoptado de la cultura otomí por los habitantes de la península, en algún momento de la historia.

De Anda también expresó que: “Balamkú ayudará a reescribir la historia de Chichen Itzá, en Yucatán. Los cientos de artefactos arqueológicos, pertenecientes a siete ofrendas documentadas hasta ahora, se encuentran en un extraordinario estado de preservación. Debido a que el contexto se mantuvo sellado por siglos, contiene información invaluable relacionada con la formación y caída de la antigua Ciudad de los Brujos del Agua, y acerca de quiénes fueron los fundadores de este icónico sitio”.

A esta investigación arqueológica se le ha denominado Proyecto Balamkú y se dará a largo plazo; las investigaciones que se realicen sentarán las bases para nuevas técnicas de exploración arqueológica de cuevas, pero el caudal de información que se obtendrá será muy valioso para conocer el pasado de los habitantes de esa región del mundo y la civilización que en ella llegaron a formar, un verdadero tesoro para la humanidad.

En la investigación participan científicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, de la Universidad de California en Los Ángeles y de la organización National Geographic, ojalá y así pudiésemos cooperar no sólo para la arqueología, sino para todo lo demás, otro mundo hubiésemos construido.

Crédito de la imagen: INAH México

Oscar Müller Creel, es Doctor en Derecho y columnista. Sus aportaciones se publican en el periódico HOY del grupo Tribunecorp, en El Heraldo de Chihuahua, México. así como en El Hispano News y la red Hispanic Digital Network, también se pueden apreciar en su Blog www.oscarmullercreel.com y en YouTube.

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Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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