La imprenta de madera. Una historia de la Independencia de México. Segunda parte.

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Zitácuaro bullía de soldados y comerciantes que aprovechaban para hacer su agosto con la presencia de las tropas insurgentes que se encontraban apostado en la ciudad. En una casa del centro se celebraba una reunión especial, José María Cos, fue introducido por el comandante López Rayón, con los presentes. -Sea usted bienvenido Doctor Cos, tengo el agrado de presentarle a los señores José María Morelos, José María Liceaga y José Sixto Verduzco-.

Nuestro personaje se impresionó, había sido conducido al corazón mismo de las fuerzas independientes, la Suprema Junta Nacional Americana. Fue el propio López Rayón, quien le dio a saber el motivo de su presencia en ese lugar: -Es usted un hombre que se ha destacado por sus conocimientos, sobre todo de las ideas que han inspirado este levantamiento contra la tiranía de España, y requerimos de gente como usted, pues la lucha por la independencia no se lleva tan solo en el acero y la pólvora, sino también en un plano ideológico en el que las armas son las letras y el papel; es a través de los panfletos, periódicos y escritos, con los que queremos llegar a la población, para lograr adeptos a nuestra causa-.

Nuestro personaje se traslado a 150 kilometros al sur, en un viaje que duró más de uatro días pues recorrian caminos alejados de las vías principales, jasta llegar a la población de Sultepec, al suroeste de la capital de la Nueva España, ante la Junta de Gobierno Insurgente, encabezada por Ignacio López Rayón fue trasladado José María Cos, desde su natal Zacatecas, en este lugar se unió a la causa insurgente e inició la publicación del “Ilustrador Nacional”, lo que hizo elaborando manualmente sus propios tipos de madera y la tinta con aceite y añil. Definió su obra como la imprenta nacional y la describió en el primer número de su periódico, de la siguiente manera:

«Una imprenta fabricada con nuestras propias manos entre la agitación y el estruendo de la guerra y en un estado de movilidad, sin artífices, sin instrumentos y sin otras luces que las que nos han dado la reflexión y la necesidad, es un comprobante incontestable del ingenio americano siempre fecundísimo en recursos e inalcanzable en sus extraordinarios esfuerzos por sacudir el yugo degradante y opresor». (Álvarez Ferrusquía, 2012, págs. 124-125)

Esta obra fue publicada semanalmente a partir del 11 de abril del 1812, de ella se elaboraron seis números, en su texto se mencionaba su finalidad de la siguiente forma:

«Por el sabréis a fondo las pretensiones de la nación en la actual guerra, sus motivos circunstancias y la justicia de nuestra causa: él os instruirá del estado actual de nuestro gobierno político, militar y económico: tratará de las fuerzas de nuestros ejércitos, los jefes de ellos y sus operaciones sobre el enemigo: en contraposición  a la conducta del intruso gobierno, se darán detalles con verdad y exactitud, se comunicarán los partes que se nos dirijan, y por último sabréis los esfuerzos de la nación por conseguir su libertad». (Álvarez Ferrusquía, 2012, pág. 125)

En el mismo año, los insurgentes lograron hacerse de una imprenta en forma, la que trasladaron a Sultepec y les permitió publicar el periódico con mayor facilidad, cambiaron su denominación a “El Ilustrador Americano” y, a su vez, Andrés Quintana Roo utilizó la misma imprenta para editar una publicación a la que denominó “El Semanario Patriótico” y que aparecía los domingos, desconociéndose el número exacto de ejemplares que se editaron, del único que se conserva original es del número 27.

Entre tanto recibieron los miembros de la junta de sus corresponsales en México un auxilio inesperado que fue el mejor servicio que en aquellas circunstancias podrían hacer a la causa: una casa española establecida en México que comerciaba en libros y se correspondía con otra de Valencia, dio punto a sus negocios, y entre otras de las existencias que pusieron en venta había un recital de imprenta medianamente surtido; tan luego que el abogado Guzmán tuvo noticia de él, propuso a sus compañeros Guerra, Llave, Díaz y otros comprarlo a escote y enviarlo a la junta. La menor de las dificultades que ofrecía el proyecto era la de reunir la cantidad necesaria para pagar el recital, que sea pronto desde luego; pero subsistía la de encontrarse una persona que quisiese presentarse como comprador, y esto era muy difícil en un tiempo en que nadie podía tener imprenta sin permiso del gobierno, que entonces más que antes se negaba a concederlo por los temores fundados de que de ella se hiciese uso de un modo perjudicial a los intereses de la causa española. El patriotismo de un hombre que vivía cómodamente allanó esta segunda dificultad: don José Mario Rebelo, como oficial de la imprenta de un español llamado Arizpe, y que nadie sospechaba pues se afectó la insurrección, se ofreció no sólo a dar su nombre para la compra, sino también a llevar el mismo la imprenta al punto que designarse la junta, a montarla y a servir en ella como su director. Comprometido Rebelo, se procuró abreviar el negocio lo posible para evitar las sospechas que la dilación podría causar. La imprenta se pagó en más de lo doble de lo que valía, pues se dieron $800 por ella, e inmediatamente se trató de sacarla de la ciudad; pero este paso, que no debía dilatarse, ofrecía nuevas y mayores dificultades, porque siendo los cajones en que la letra era conducida un objeto voluminoso, no podían extraerse sin iniciar a algunas personas en el secreto y exponerse a que no fuese guardado. Después de haber discurrido largo tiempo, se eligió el medio que estaba sujeto al menos inconvenientes y fue llevar todos los útiles de imprenta en un coche, en que debía salir acompañada de otras señoras la esposa de don Benito Guerra, pretextando un paseo para una hacienda próxima a León. El coche llegó sin novedad a este último punto, y rebelo se puso en camino con la imprenta por sendas extraviadas llegando con felicidad a su destino. Todo el tiempo que éste imprenta subsistió, la dirigió y administró rebelo, y cuando en 1814 acabo de perderse el resto que de ella quedaba, se agregó su director a la división del general Victoria, donde sirvió hasta que, conduciendo comunicaciones de Zacatlán a Apatzingán, fue hecho prisionero y fusilado por los españoles. Hombres Ilustres Mexicanos.  Tomo III, biografía de Rayón. En México a través de los siglos. Tomo tercero. La guerra de independencia. Julio Zárate. Ballescá y Compañía, Editores México. Espasa y Compañía, Editores, Barcelona. Página 210 y 211

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Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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