Se llamaban a sí mismos “Los Guadalupe” y actuaban en forma clandestina. Esa tarde, se encontraban reunidos en el segundo piso de una casa de la calle de Plateros, en la capital de la Nueva España y comentaban la solicitud que les había hecho la Junta de Sultepec: conseguir una imprenta en forma. El señor Guzmán, quien lideraba la reunión, pidió a los presentes, buscasen la posibilidad de cumplir con la petición de los cabecillas de la insurgencia.
Pero la misión no era sencilla, todos sabían que aquello relacionado con las imprentas, estaba controlado por las autoridades virreinales y ahora, a año y medio que había estallado la guerra de independencia, los controles eran aún más estrictos; inclusive, hasta los propios impresos debían pasar por una censura previa, por lo que la compra de la imprenta tendría que efectuarse en forma clandestina o a través de artimañas.
Dos semanas después, se volvieron a juntar en casa del Licenciado Guzmán, quien les informó que corrían con suerte, pues un comercio de libros, propiedad de un español, estaba liquidando sus haberes, pues su dueño tenía la intención de volverse a Europa y, entre las cosas que se encontraban en venta, había una imprenta usada, pero en buen estado y completa. Guzmán propuso a los presentes prorratearse el costo, con lo que estuvieron de acuerdo. El verdadero problema sería encontrar la persona idónea para comprarla, pues para evitar sospechas debiera ser alguien que se relacionara con el negocio de la imprenta, para así justificar la compra, que además requería permiso del gobierno, por lo que existía el riesgo para el comprador de ser detenido e interrogado por las fuerzas virreinales.
Uno de los presentes se ofreció, era José Mario Rebelo y trabajaba como auxiliar en la imprenta de un español de apellido Arizpe. Su pertenencia al gremio de impresores, podría diluir las sospechas y se comprometía no sólo en dar su nombre al comprador, sino también llevar la imprenta y montarla, en donde fuese necesario, siempre y cuando se le diere el cargo de director.
Fue así como el señor Rebelo, acudió ante el comerciante en liquidación y le propuso la compra de la imprenta, negociando el precio. Algo debió haber sospechado el vendedor, pues se negó a vender la imprenta por menos de 800 pesos, lo que correspondía al doble de su verdadero valor, pero ante la necesidad, “Los Guadalupe”, se vieron forzados a aceptar.
Llevaron la imprenta a una bodega de pastura y la escondieron tras de unas pacas, mientras, bajo las instrucciones de Rebelo, se dedicaron a desarmar la máquina y guardarla en cajas de madera, para poder sacarla de la capital del virreinato. Pero algunas de las piezas eran grandes, al igual que su embalaje y, su traslado podría despertar sospechas en los puntos de vigilancia que había en las salidas de la ciudad.
Fue el hacendado criollo Benito Guerra, quien prestó la solución, podría salir una caravana de la ciudad con varios carromatos y carruajes en los que iría su esposa y otras señoras de los presentes, pretextando que la carga grande correspondía a enseres que llevaban a la Hacienda de Guerra, en las cercanías de León Guanajuato, a donde se dirigían a pasar una temporada.
Así se hizo: las valientes mujeres enfrentaron la aduana de la ciudad con las cajas que contenían la imprenta y al ser interrogadas por su contenido, dijeron que correspondían a útiles de labranza que llevarían a la mentada hacienda. El momento fue tenso, pero los guardias, más entretenidos en continuar con su comida que había sido interrumpida, que en cumplir con su trabajo, decidieron confiar en lo dicho por las señoras y desistieron de revisar las cajas.
De esta manera, llegó la imprenta a la Hacienda de Guerra y ahí, el impresor Rebelo, se abocó a distribuir las piezas en diferentes lotes, que fueron enviados por carros y mulas a la Junta en Sultepec. El impresor se dirigió hacia esa población en donde se dedicó a rearmar la imprenta.
José María Cos y Andrés Quintana Roo, estaban de plácemes, ya no solo tendrían una imprenta en forma, para promover la causa de la independencia, sino que también podrían dedicar más tiempo a redactar las noticias y proclamas. Decidieron cambiar de nombre a la publicación, ahora se llamaría “El Ilustrador Americano”; de él se imprimieron 39 ejemplares. Publicaron también un semanario, en el que participaban Servando Teresa de Mier, Francisco Lorenzo de Velazco y otros, al que denominaron “Semanario Patriótico Americano”.
Tan grande fue la influencia de estos periódicos y tantos benéficos llevó a la causa de la revolución, que la autoridad Virreinal auxiliada por el señor José Antonio Beristaín, creó una publicación a la que denominó “El Verdadero Ilustrador Americano”, pretendiendo contrarrestar los efectos de la prensa insurgente. Pero fue en vano, el ejemplo de la obra de José María Cos se esparció por todos los territorios rebeldes y surgieron multitud de periódicos que ayudaron a llevar esa guerra de letras y papel, a los rincones de México, logrando miles de adeptos a la causa.
Todo había empezado con una humilde imprenta de madera, construida por un hombre de voluntad irrefrenable, José María Cos, quien tiene el merecido honor de ser considerado el padre del periodismo político en México. Valgan estas sencillas líneas para loar a uno de los hombres que lograron la libertad de ese país.