En aquel grupo de personas, que sólo se componía de 34 miembros, el invierno anterior habían muerto dos niños y tres mayores. La cueva en la que vivían se encontraba orientada hacia el sur y para poder acceder a ella había que subir por un acantilado de 60 pies a través una estrecha vereda. Su orientación permitía que, en la temporada de frío, el sol pegase durante buena parte del día en la oquedad, que también había sido protegida con bardas de piedra que les defendían ante un eventual ataque de otra tribu y ayudaban a conservar el calor de los fuegos que encendían en el interior.
La vida era dura en esa etapa. La humanidad no conocía aún la domesticación de animales o plantas, por lo que vivían de la caza y la recolección y, para esta tribu en particular, esto era difícil, pues las estepas en que realizaban esas actividades, estaban más allá del acantilado, en cuyo fondo corría un ancho arroyo que siempre tenían que cruzar mojándose los pies, esto era una fuerte incomodidad y además causa de enfermedades en el invierno.
En una ocasión, uno de ellos tuvo la ocurrencia de arrojar en el arroyo una piedra grande y lisa y se percató que podía pararse sobre ella sin mojarse los pies, por lo que busco otra piedra similar y repitió el proceso, hasta llegar al otro lado del arroyo.
Cuando los demás miembros de la tribu comprendieron la ventaja que significaba el cruzar por aquel puente de piedras, todos empezaron a utilizarlo. No había transcurrido una semana cuando surgió un conflicto: Uno de ellos se disponía a cruzar el puente hacia los terrenos de recolección, cuando se percató que del otro lado venían dos de sus compañeros cargando una pieza de caza; aquél comprendió que debía darle el pase a quienes llegaban, dado que la tribu requería de ese alimento. Así se fueron formando las costumbres: El arroyo se cruzaba por el puente de piedra, si este sufría alguna avería, todos contribuían para arreglarlo, pues había adquirido una gran importancia para la tribu y les facilitaba la vida, y quienes llegaban de las estepas tenían preferencia de paso respecto de los que se dirigían hacia allá. Costumbres simples, pero que para aquella comunidad se habían convertido en pautas de conducta elementales, por la importancia que tenían para la supervivencia del grupo.
En ocasiones anteriores he comentado el daño que ha causado el discurso del actual presidente estadounidense, fomentando el odio y el miedo hacia los hispanos. Las consecuencias han surgido por toda la unión americana, desde las escuelas, hasta las manifestaciones públicas, y sé que cualquiera de mis amables lectores recordará de inmediato algún incidente de discriminación que ha sufrido en lo personal o alguna persona cercana a usted. Creo que ha llegado el momento en que los hispanos en todo el país, y en especial quienes viven en la hermosa Ciudad de los Vientos, se conviertan en ejemplos de civilidad para paliar los efectos de la ola de discriminación que se ha provocado en ese país.
¡A la tierra que fueres, haz lo que vieres! Dice el viejo refrán, lleno de la sabiduría popular nacida de la propia convivencia social. Si se vive inserto en la sociedad estadounidense, es necesario que nuestro actuar se ajuste a las costumbres de esta, sin perder, en la vida privada, la hermosa cultura latina de donde venimos. Traer la música a todo volumen en el vehículo con las ventanas abiertas no te hace más mexicano, te hace desagradable a los demás. Dejar el carrito del supermercado en el estacionamiento es romper una regla de convivencia que molesta a todos. El patio de tu casa, lleno de trastos, te vuelve un mal vecino, al igual que el tener el volumen de la música alto, aunque sea fin de semana.
Es hora de meditar sobre nuestros malos hábitos para cambiar y demostrar la valía de los hispanos y cerrar la boca a todos aquellos que comparten el discurso de odio que gangrena a la sociedad estadounidense.
Piense, estimado lector, ¿cómo tomaría la tribu que describí al inicio de este artículo, la conducta de un forastero que no respetase el paso por el puente de piedra, o que no ayudase a reparar los daños que este sufriera, o peor aún, que lo deteriorarse por descuido o intencionalmente? Evidentemente sería visto como alguien que estaba perturbando la convivencia social y, muy posiblemente, expulsado de la tribu.
Un afectuoso saludo a Chicago.