El Miles Gloriosus o el soldado fanfarrón

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Ya la luz se había ido hacía buen rato y había dado paso a una oscuridad favorecida por un cielo nublado. Aquel hombre caminaba con precaución y volteaba continuamente, buscando el peligro que le podía acechar en cualquier callejuela de la Subura, el peligroso barrio donde se encontraba la insulae, donde rentaba un pequeño cuarto en el cual pernoctaba.

Al pasar junto a una fuente un sujeto le salió al frente con una sucia daga en la mano, con vulgaridad y prepotencia le exigió le diera el dinero que traía, iba apenas a replicar cuando un golpe en la cabeza, atizado por otro sujeto que apareció por detrás, le hizo perder el conocimiento, los ladrones, que mostraban los efectos del exceso de vino ingerido, creyéndolo muerto, le esculcaron y solo pudieron encontrar una pequeña bolsa con unas cuantas monedas de exiguo valor. Lanzando imprecaciones arrojaron el cuerpo al río que se encontraba a unos cuantos metros.

El choque con el agua fría le hizo recobrar el conocimiento, la profundidad de la corriente no era mucha y pudo arrastrarse hasta la orilla, donde durante un buen rato estuvo tratando de volver en sí, cuando se sintió mejor, preocupado, buscó entre sus ropas y sacó un grueso fajo de hojas de pergamino de papiro pero la tinta hecha a base de hollín y resinas se había corrido, centenas de horas de trabajo y sacrificio se habían perdido en unos minutos.

Luego de renunciar al ejército romano, después de la victoria que las huestes cartaginesas habían tenido en Cannas, había obtenido trabajo como utilero en una empresa teatral, entretenimiento que apenas empezaba a ser aceptado en Roma, pues se le veía como parte de la decadencia de la antigua Grecia, ahora bajo el dominio de la ciudad del lacio. Renunció a ese trabajo y se dedicó al comercio de telas en donde una desafortunada inversión, le hizo ir a la quiebra y tras meses de mendigar por las calles de la urbe, consiguió trabajo moviendo la rueda de un molino durante diez horas al día, con una pequeña pausa para comer.

Muy poco gastaba en sí, una buena parte de su salario la utilizaba para comprar el papiro, la tinta y la estilográfica con los que, durante las noches y apenas alumbrado por una lámpara de aceite, se había dedicado a escribir su obra teatral, meses y meses de esfuerzo y desvelos le llevaron a terminar aquel trabajo. Esa aciaga noche la había llevado ante un empresario para tratar de venderla, pero este no había mostrado interés y en su afán por convencerlo, se había quedado en su casa hasta que la noche llegó con el resultado que hemos leído párrafos atrás.

El día siguiente, desvelado y adolorido, volvió a mover la piedra del molino, mientras pensaba que lo que había escrito se encontraba fresco en su memoria y, mientras los granos de trigo y cebada se iban convirtiendo en polvo, su voluntad de seguir adelante se solidificaba y volvía fuerte como el hierro.

Semanas después había adquirido de nueva cuenta los implementos para volver a escribir su obra, recordaba claramente los detalles y en pocos meses la había concluido y, se presentó con ella ante otro empresario que luego de leerla, accedió a representarla.

Fue así como nació Miles gloriosus o El Soldado fanfarrón, comedia que llenaba los escenarios teatrales que empezaban a surgir, a lo largo y ancho de los territorios conquistados por Roma. Las carcajadas explotaban durante la representación de aquel soldado que presumía de sus grandes hazañas, mientras su esclavo y la mujer que había comprado para tenerla como compañera de alcoba, le engañaban haciéndola pasar como la gemela que se acostaba con el hombre que en realidad ella amaba. En la trama el Miles gloriosus terminó siendo azotado pues el vecino creyó que le engañaba con su esposa.

Que semejanza encuentro entre ese soldado fanfarrón de la obra de Plauto, escrita hace más de 22 centurias y nuestros brillantes generales que se cuelgan del pecho medallas, como si fueran insignias de niños exploradores y se pavonean por el mundo gastando el dinero de los ciudadanos en viajes de lujo más propios de grandes millonarios que de un hombre que decidió por entregarse al honor de la vida militar.

Que lejano parece el Código de Conducta del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, elaborado hace 15 años, cuando dice:

Es obligación de los servidores públicos adscritos al Ejército y Fuerza Aérea mexicanos abstenerse de hacer uso de su jerarquía, su cargo, empleo o comisión para obtener beneficios personales de tipo económico, privilegios…

Evitar colocarse en situaciones que pudiesen representar un potencial conflicto entre intereses institucionales y particulares.

Administrar de forma transparente, equitativa e imparcial los recursos humanos, materiales y financieros, para lograr la eficiencia en las actividades encomendadas, privilegiando en todo momento la observancia de los criterios de racionalidad, austeridad, disciplina y ahorro presupuestario.

Observar “Cero tolerancia” a la corrupción, al influyentismo, a las compras fuera de la normatividad, a la burocracia administrativa y a la mediocridad laboral; denunciando los actos deshonestos en que se vean involucrados los servidores públicos.

A algún alto mando del ejército le hace falta darle una leída a ese Código de Ética.

Un reconocimiento al autor Santiago Posteguillo cuya obra me ha dado los elementos para esta aportación.

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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