El circular por la calle Triunfo de la República, en Ciudad Juárez, Chihuahua, impresionaba a cualquiera; era un territorio de guerra. Muchos edificios con señales de abandono y en ellos las huellas de la balas que habían impactado en las fachadas o los cristales; uno que había albergado una agencia funeraria fue objeto de un trato especial; fue baleado mientras se llevaba a cabo el sepelio de un hombre que murió en un enfrentamiento entre criminales días antes.
La Avenida Lincoln, antes calle pletórica de antros, gente divirtiéndose y el narcomenudeo haciendo su agosto, como acontece en todos los lugares del mundo donde la vida nocturna de fiesta se enseñorea, era un camino de abandono y destrucción, algunos de los edificios mostraban signos de vagabundeo, grafiti o paredes marcadas por el humo de los fuegos que los malvivientes prendieron para pernoctar; puertas y ventanas destruidas y la ausencia de transeúntes por las aceras, era el común denominador en esa otrora alegre vía de Ciudad Juárez.
Si se viajaba por carretera, a menos de 20 millas al este, en una intersección de caminos, se veían los puestos militares en los que soldados, protegidos por llantas y sacos de arena, vigilaban los vehículos que ahí transitaban, apuntando con armas automáticas de alto poder.
La sensación era la de encontrarse en un país en guerra y así es ahora México, pero no se trata de una guerra convencional como la conocemos comúnmente, un enfrentamiento entre dos o más países, generalmente por discusiones de territorios o recursos naturales, aquí la guerra es entre mexicanos, ya sea que pertenezcan a las fuerzas del Estado o a las del crimen organizado.
Esta situación se gestó hace décadas, cuando el narcotráfico, sobre todo colombiano, tuvo que aliarse con los capos mexicanos para poder trasladar sus mercancías de muerte al mercado consumidor, Estados Unidos. Pero nunca había presentado el cariz que se dio cuando Felipe Calderón llegó a la presidencia del país y, absurdamente, estimó que al enfrentar a las fuerzas armadas contra los grupos criminales podría acabar con el crimen organizado. Que percepción tan errónea y cuanto daño ha causado a México.
En los medios se dio a conocer la noticia que aquel sujeto, sometido a juicio por haber abusado sexualmente de un menor de edad, había recibido una condena de ocho años y alguien comentó que le parecía muy poco tiempo de prisión para lo que había hecho ese sujeto; pero otra persona le contestó que si a todos los pederastas se le impusieran ocho años de prisión, esos actos aberrantes disminuirían notablemente. El problema, afirmó aquella persona, es que sólo se castiga a uno de cada cien y, por tanto, los criminales que abusan de los menores no tienen gran reparo en cometer sus crímenes, pues las posibilidades de recibir castigo son mínimas.
Esos comentarios me llevaron a pensar sobre la postura que debemos adoptar frente al crimen. ¿Debemos combatir al delincuente? ¿A la delincuencia? ¿El delito?
Hay algo que me quedó muy claro de la estrategia de Felipe Calderón: enfocar los esfuerzos en combatir al delincuente no es una política criminal eficiente. Lo que ha pretendido la lucha contra el crimen en México es enfocarse en lo que se conoce como descabezamiento: se pretende atrapar a los capos de la mafia para sí acabar con esta. Quedó claramente comprobado que el crimen organizado es como una Hidra de Lerna, por cada jefe mafioso que se elimina, surgen dos o más, e inclusive, los cárteles han proliferado.
Delito es todo acto humano dañino socialmente y al que los códigos penales consideran como tal, y delincuencia son todas aquellas circunstancias y personas que se ven involucradas en la comisión de los delitos. Creo que para que un sistema de combate al delito pueda tener algún grado de efectividad debe tomar en consideración que las políticas deben ser integrales, no basta con castigar al delincuente, hay que combatir a la delincuencia, es decir considerar las circunstancias que impulsan la comisión de los actos delictivos y procurar eliminarlas o reducirlas.
La Guardia Nacional creada por el actual gobierno mexicano y la inclusión de las fuerzas armadas como parte de esa organización estatal, por más que se diga otra cosa, tiene un enfoque prioritario en combatir al delincuente, por lo que muy posiblemente, los resultados seguirán siendo los mismos.