Hace ya algunos meses publique la siguiente historia:
Igor Simarnov, su esposa Tania, su hijo Mijhail y las dos hijas Tania e Ivanova, se habían sentado a la mesa; aquel año de 1934 las cosechas no habían sido abundantes y la comida escaseaba; por eso la cena consistía en nabos hervidos con unos pocos trozos de cerdo salado. Hacía ya más de una semana que el muchacho de 11 años mantenía una actitud taciturna y esquivaba la vista de sus padres, quienes habían platicado al respecto.
Igor, quien enseñaba física en la Universidad de Moscú, había comentado a su esposa un pequeño incidente ocurrido hacía dos semanas: les habían cortado presupuesto en la Universidad para la investigación y todo se retrasó; el día que le avisaron que tendría que limitar su actividad, se había molestado y llegó en ese estado a su casa.
Esa tarde la esposa y las dos hijas estaban fuera y se encontraban solos el y su hijo de 11 años sentados en la mesa de la cocina, dedicados a sus actividades. Igor, molesto, había criticado al gobierno; su hijo quedó callado, pero unos días después su actitud de actividad alegre propia de su edad, había cambiado.
El sistema educativo en la Rusia de Stalin tenía una principal meta: enseñar a los jóvenes las bondades del sistema soviético. Todo era producto de la evolución dialéctica en la que la tesis era la burguesía, la antítesis el proletariado y el resultado de ese choque, la síntesis, era el Soviet, la organización de la sociedad en células conformadas por campesinos y obreros y la posesión de los medios de producción por el Estado.
Se enseñaba que el Soviet era la máxima evolución que la sociedad tenía hasta ese momento y nada podía estar sobre la lealtad al régimen, ni las creencias religiosas ni los lazos familiares. Los enemigos del Soviet debían ser denunciados y eliminados.
Esa era la idea que se introducía en la mente de los jóvenes en aquella sociedad donde el terror era la constante en la vida de todos los días. Mijahil había sido leal al sistema y había dicho a las autoridades lo que su padre había expresado.
Cuando empezaban a cenar, golpearon fuertemente la puerta y ordenaron abrir; los ojos de esposa e hijas se fijaron en los del padre quien emitió una señal de miedo y tristeza; Mijhail observaba el suelo con un gesto de culpabilidad y arrepentimiento.
Luego de esa noche, no volvieron a saber más de Igor.
Aunque la historia es ficticia, esto ha sido común denominador en la Unión Soviética de Stalin y en otros regímenes absolutistas, en donde la educación pretendía la creación de individuos carentes de creatividad y sometidos incondicionalmente a la autoridad.
Parece que no estaba tan equivocado, pues los señores Marx Arriaga, y Sady Arturo Loaiza, este último importado recientemente de Venezuela, personas incrustadas en el área de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública en México, han propuesto cambios en un documento denominado “Un libro sin recetas para la maestra y el maestro” muy posiblemente basado en las teorías pedagógicas de Paulo Freire, que critica el sistema tradicional, donde el educando es una vasija que llena el educador; Freire pugna por una pedagogía crítica, en la que el alumno aprenda a ser observador de la realidad y comparta sus experiencias con el profesor.
En esta nueva guía se menciona que la educación en el país debe tender a crear un “Nuevo Mexicano” y menciona que:
«La disciplina escolar o la dirección y planeación de los procesos didácticos parecieran actividades retrógradas (sic.) que atentan contra la libertad de los sujetos, pero debemos entender que dicha libertad individualizada es un concepto que violenta la construcción de comunidad y genera dinámicas de enajenación que deben cuestionarse»
Esto parece sustentarse en las teorías de la educadora Rusa de tiempos de Stalin, Anatoli Lunacharskii, quien estableció la diferencia entre individualismo e individualidad, donde el individualismo es malo porque solo lleva al interés propio y la individualidad es buena, porque permite descubrir la propia personalidad.
En dicho documento, se propone apegarse a la idea del Anarcocolectivismo de Mijaíl Bakunin quien expone que, en oposición al Estado y a través de colectivos que son dueños de sus propios medios de producción, aquel sea sustituido como forma de organización social.
Recomiendan la lectura de “Que hacer” de Lenin, quien menciona que la lucha de la clase trabajadora debe trascender al ámbito político, educando a la clase trabajadora en la teoría marxista para así crear un partido político único.
Aunque ese documento creado por los ideólogos de la 4T. es una confusa mezcla de teorías pedagógicas, todo parece indicar la pretensión de crear un “Nuevo Mexicano”, como un ser carente de creatividad y obediente al régimen en donde la familia, la amistad y las relaciones carecen de valor, frente a los intereses superiores del Estado.