Caminaba por ese sendero polvoriento, se sentía agotado, pero no tenía otra opción, cuando menos así se lo decía su mente. Las sombras ya eran largas y no recordaba cuándo ni cómo había llegado a ese bosque, pero se empezaba a preocupar, si no encontraba refugio pronto, tendría que pasar la noche en despoblado y temía a lo que pudiera surgir de la profundidad de aquella selva.
La noche llegó, a pesar de sentirse cansado, decidió no parar. La luna iluminaba lo suficiente para distinguir el sendero y así siguió durante horas, hasta que vio una luz que, al poco tiempo, se transformó en una hoguera, alrededor de la cual varios sujetos parecían divertirse; cuando le vieron, lo invitaron a acercarse y le ofrecieron una bebida que compartían, agradecido dio un trago y sintió un sabor amargo del líquido que resbaló por su garganta.
- ¿Qué es esto? – preguntó al sujeto que se encontraba a su derecha.
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Peyote, le contestó éste, – una planta que se da en el desierto que está lejos, te ayudará a descansar.
Unos minutos después, sintió que se relajaba, se recargó en un tronco caído y las llamas de la hoguera empezaron a tomar extrañas formas; de ellas surgían rostros de personas que no conocía, en ellos se reflejaba un lamento que parecía brotar de un profundo sufrimiento.
Sintió que el mismo se hacía uno con el fuego y viajó hacia un mundo desconocido en el que el piso era gris y liso, se encontraba rodeado de muchas personas que caminaban con prisa. Alguien le empujó y por poco cae, ni siquiera volteó a verlo, atemorizado decidió refugiarse en el quicio de una puerta y así pudo ver hacia arriba. Las casas eran altísimas, la vista apenas le alcanzaba para distinguir dónde terminaban. El camino gris cambiaba a negro y sobre el pasaban otras criaturas que dentro llevaban personas. No quería estar ahí, se sentía indefenso frente aquella vorágine y cerró los ojos deseando intensamente salir de aquel lugar.
Un estruendo le hizo abrir los ojos, las imágenes fueron más atemorizantes: veía montañas arrojando fuego y humo que subía a grandes alturas, ríos de piedra caliente fluían quemando todo a su paso, arrasaban bosques y casas, la gente corría desesperada tratando de salvarse, pero era inútil, el calor les llegaba abrasándolos y matándolos en pocos segundos, no quería ver eso y de nueva cuenta cerró los ojos.
Escuchó un fuerte rumor y al levantar sus párpados, su vista solo encontró agua, flotando había una gran cantidad de pedazos de tela parecida al ayate que usaba para cubrirse. Curioso tomó uno de aquellos objetos y comprobó que era un extraño tejido, pues no tenía rugosidades, era muy liso, como si fuera delgada piel de un animal. Sintió que se sumergía y tuvo una visión horrorosa, los animales, bajo el agua, estaban muriendo pues aquel tejido se enredaba en sus aletas, cubría las agallas con las que respiraban, lo comían confundiéndolo con alimento o se enredaban con esa maldita tela y no podían nadar, muriendo lentamente. De nueva cuenta cerró los ojos, deseando borrar de su mente aquella terrible imagen.
Sintió tierra firme bajo sus pies y se encontró en lo alto de una colina, desde ella podía ver aldeas que, en la llanura de abajo, se extendían hasta la enorme extensión de agua de la que había salido pocos instantes antes. De repente, el agua empezó a alejarse dejando al descubierto la arena y piedras que había bajo ella, la gente curiosa, se acercaba a donde antes estaba el agua. Él, desde donde se encontraba pudo distinguir que, a lo lejos, el agua que se retiraba se había detenido y, como si se hubiera encontrado con una enorme pared, empezó a elevarse formando una gran montaña que regresaba hacía la arena descubierta, gritó con desesperación, tratando de avisar a la gente, que, desde la llanura, no podía ver como la muerte líquida viajaba hacia ellos. La montaña líquida llegó implacable, destruyendo todo y matando a todo ser viviente que encontraba a su paso. La visión de muerte era terrible y, cerrando los ojos, cubrió sus párpados con las manos, mientras el grito de angustia salía con toda la fuerza de sus pulmones.
La calma le rodeo y escuchó que le decían – ya puedes abrir los ojos, todo ha pasado -. Obediente retiró las manos de su cara y se encontró con un hombre cuyo rostro, surcado de arrugas, delataba una vida de experiencia. ¿Qué ha pasado? Le preguntó.
Con la mirada triste aquel anciano le dijo: – La tierra se está sacudiendo para quitarse a la humanidad de encima. Los hombres la han maltratado, la ambición y la negación del daño que están causando ha traído a esto y ella ya no los quiere tener, así que ha decidido quitárselos, igual que un perro que se sacude para arrojar a las pulgas que le molestan, concluyó –
Sintió que se diluía y se fundía con las llamas que le habían llevado a aquel extraño sueño.
Un nuevo año, estimados lectores, y como siempre a forjar buenas intenciones. ¿Qué les parece si entre ellas incluimos el tratar mejor a este planeta que nos ha acogido?