Los rodillos los lavamos con un solvente y muy a conciencia. No debía quedar resto alguno de la tinta usada con anterioridad, pues el siguiente trabajo de impresión era una selección de color y requería pasar el papel cuatro veces por la impresora.
Cian, magenta, amarillo y negro eran los colores que se usarían y cada uno de ellos debería estar acomodado de tal manera que, a la vista de una lente de aumento, se pudiera apreciar un punto de cada color, bien diferenciado de los demás, aunque, a la vista normal, todo se viera como una imagen de color natural.
Un trabajo muy preciso, pero realmente entretenido, para el que generalmente usábamos la impresora Kord, por su exactitud y calidad de impresión.
El taller siempre era un bullicio, se trabajaba con una armonía de compañerismo que le hacía a uno sentirse cómodo; las bromas y experiencias compartidas eran parte del quehacer diario.
Fueron buenos tiempos los que pasé en aquella imprenta de mi padre, donde desde muy joven trabajaba. Luego de la escuela, el encuadernador me enseñó a manejar el papel, también aprendí la fotocomposición que permitía tener los negativos listos para la quema de placas, que una vez instaladas en los rodillos de impresión permitirían procesar el papel y, que hablar, del montaje del papel y el arranque de las máquinas.
En las épocas de inicio de clases, lo que mi padre llamaba “temporada escolar”, por agosto, la librería/papelería era un desorden por el constante fluir de clientes.
Yo ayudaba atendiendo la caja del negocio y, a pesar de lo cansado que estuviera, siempre era requisito indispensable atender a los consumidores con una sonrisa; al terminar el día y cerrada la tienda, debía hacerse el corte de caja y preparar el depósito para la mañana siguiente.
Fue de mi padre de quien obtuve el conocimiento de la cultura del trabajo, nuestro esfuerzo debe ser siempre en beneficio de la sociedad en la que vives y que te ha acogido. Así vi cómo las dos microempresas creadas por el esfuerzo de mi progenitor, cumplían con esa función, pues ponían a disposición de quienes los requerían,. los bienes o servicios que se proporcionaban.
Más de diez familias subsistían del producto del trabajo de los colaboradores. Recuerdo, con aprecio y respeto, a uno de los compañeros de la imprenta que, al mismo tiempo que laboraba en esta, tenía en su barrio un pequeño comercio de abarrotes que atendía su esposa y este esfuerzo les permitió dar a sus hijos carrera universitaria. Algunos de los que aprendieron el oficio se separaron y crearon sus propias empresas y con esto más fuentes de empleo. ¿Qué decir de los más de 40 años que estos negocios estuvieron aportando a las arcas públicas y a la seguridad social?
Y es que mi padre fue empresario y, por eso, me siento orgulloso de él y he visto, por experiencia, el valor que transmiten a la sociedad quienes tienen el arrojo de arriesgar su patrimonio, para crear riqueza y bienestar a través del trabajo propio y de quienes con él cooperan.
Es el empresario quien produce y hace rica a una sociedad, ya sea que lo haga en la ciudad o en el campo; el que arriesga su esfuerzo y patrimonio, lo hace con la intención de crecer y al hacerlo va creando más satisfactores que se extienden a la población.
Entre las muchas actividades que el hombre puede realizar, hay una en particular que no crea riqueza, pero que es necesaria en tanto la sociedad necesita orden: Me refiero al quehacer político y, dentro de quienes lo practican, me molestan la voces envidiosas que critican a quienes han logrado hacer un patrimonio útil a la sociedad. Las voces de quienes se dicen reivindicadores sociales creen que es despojando a quienes producen riqueza como van a lograr la igualdad social. Esa ideología la encontré en algunos compañeros de la universidad, la que no comprendía, pues hablaban de explotación y maltrato, lo que yo no vi en las empresas de mi padre.
El negar que una pequeña parte de la clase empresarial suele aliarse a la clase política, para disponer en forma inmoral e ilegal del dinero que nos pertenece a todos, sería tanto como pretender tapar el sol con un dedo, y a quienes así han actuado se les debe castigar, pues si esos actos se encuentran protegidos por una esfera de impunidad, sólo a ellos favorece y a los demás nos daña.
Es empresario aquel que administra un pequeño puesto de barbacoa o una carpintería, hasta quienes, a través de generaciones y alianzas, crean empresas que distribuyen sus bienes en grandes regiones. Cada vez que se extingue una empresa los que en ella laboran pierden su trabajo, la sociedad deja de tener acceso a los bienes que producía y el patrimonio público, conformado por los impuestos, se disminuye.
Por eso se debe proteger emprendedor, pues sólo hay una forma de distribuir riqueza: Creándola.
Andrés Manuel López Obrador y Paco Ignacio Taibo, si no hay riqueza, ¿qué piensan repartir?
—Oscar Müller Creel es doctor en Derecho, catedrático y conferencista. Puede ver sus columnas en YouTube.
Imagen: Reforma