México, la fortaleza de los delincuentes
Los romanos llamaban Xeres a la lejana región del oriente, de donde llegaban, a la ciudad eterna, productos exóticos como la seda. Marco Polo relata en sus memorias que, en una parte de la “ruta de la seda”, el camino estaba tan transitado que la huella dejada por los transportes era tan profunda que las carretas que transportaban la mercancía debían tener ruedas del alto de un hombre.
En ocasiones reflexiono sobre el comercio que, durante más de 15 siglos, floreció entre China y Europa en una ruta de más de 8,000 kilómetros, actividad que trajo prosperidad a los habitantes de las regiones por donde pasaba el camino; pero sobre todo pienso sobre la seguridad que debió existir para que la riqueza fluyera por en un camino que durante siglos se debía recorrer en más de un año.
Era un grupo de aproximadamente 30 hombres, miembros del Ejército y la Guardia Nacional. Hacían un recorrido por las calles de Culiacán, Sinaloa y, bastión del cártel de Sinaloa, formado por Joaquín Guzmán Loera.
Al pasar por una casa, los uniformados, súbitamente, se vieron atacados por ráfagas de metralla que salían de las ventanas y se dispusieron a contestar el fuego, logrando someter a los atacantes y, casualmente, encontrar entre ellos a Ovidio Guzmán López, contra quien pesa una orden de extradición en EEUU.
Esa fue la versión proporcionada por Alfonso Durazo, secretario de Seguridad de México, algo poco creíble, pues ¿cómo por casualidad, un grupo de 30 elementos dieron con uno de los criminales más buscados por la DEA en México? ¿Desde cuándo los rondines se hacen por 30 elementos de seguridad fuertemente armados?
Esa versión debió ser desmentida el día siguiente al ser imposible ocultar lo que realmente sucedió: tras el arresto de Guzmán López, Culiacán fue tomada por unos 800 hombres que, con armamento similar o superior al de las fuerzas del orden, crearon un caos que implicó más de 11 horas de tiroteo, la fuga de más de 50 reos del penal y la toma de rehenes en las familias de los militares, que viven en la unidad habitacional del Ejército en esa población, o tal vez debamos decir que vivían ahí, pues muchos decidieron abandonar esa población tras la traumática experiencia.
Lo ocurrido en Culiacán resultó en que el gobierno federal tuviera que liberar a Guzmán López, tal y como lo admitió el presidente Andrés Manuel López Obrador, al aceptar que él mismo ordenó la liberación de Guzmán López.
Esto deja en ridículo la estrategia en materia de seguridad pública por parte del gobierno mexicano. Frente al país y frente al mundo se evidenció que el operativo para detener a Guzmán López careció de coordinación, planificación e inteligencia por parte de las instituciones.
Parece ser que los Guzmán, padre e hijo, se especializaron en dejar en ridículo y humillar a las autoridades de México. Joaquín “El Chapo” Guzmán se fugó dos veces y ahora su hijo Ovidio obliga al Ejército, la Marina, la Guardia Nacional y las policías federal y estatal a dejarlo en libertad.
Algo terrible destaca en lo sucedido: se logró la unión de grupos criminales que estaban divididos y estos se dieron cuenta del enorme poder que tienen al doblegar al Estado y sus fuerzas de orden. Un fortalecimiento de los grupos criminales que tendrá graves consecuencias en el futuro cercano.
Lo de Culiacán fue el colofón para una semana de violencia como hacía mucho no se veía en México: El lunes, en Michoacán un destacamento policial fue agredido por un grupo criminal y 14 policías fallecieron; al día siguiente le tocó el turno a los delincuentes, pues en Guerrero el Ejército, en un “enfrentamiento”, mató a 14 supuestos criminales, siendo heridos tres miembros del Ejército.
La Seguridad Pública se cae en pedazos mientras el presidente trivializa con el tema con frases como: que los delincuentes son “fuchila, guacala”, “les voy a decir a su mamá”, “que les den un zape” y otras sobre un tema que tiene a México pendiendo de un clavo ardiendo.
La pretendida política de paz y amor es absurda y claramente lo vimos en agosto del año pasado cuando se pretendió hacer un foro sobre la paz y la reconciliación, que hubo que cancelar ante las múltiples protestas de quienes han sido víctimas de la violencia.
No es válido culpar a los gobiernos anteriores, pues quien quiso gobernar sabía las condiciones del país y más cuando ha escrito libros sobre cómo “salvar” a México. El hacerlo sólo implica eludir una responsabilidad que se tomó a conciencia; aunque parece ser que los temas de combate a la delincuencia y seguridad pública no se dan bien al nuevo gobierno, tanto o más que a los anteriores, y es de destacar que en el informe presidencial, que duró 95 minutos, este tema sólo se abordó por 40 segundos.
La ruta de la seda es un claro ejemplo de que sólo en la tranquilidad puede haber progreso. En México, las condiciones empeoran cada vez más.