Los dos hombres se sentaron frente a frente en la pequeña sala de aquella oficina.
Uno de ellos vestía formalmente con traje y corbata, el otro vestía más informal y se podía ver el arma .09 milímetros que llevaba en el costado derecho, a la altura de la cintura. El primero de ellos tomó el uso de la palabra:
—Ya sabe comandante que el fiscal y el gobernador ven con mucha preocupación la violencia que ha ido creciendo en la región y tenemos que arreglar esto, a como dé lugar.
— ¿Qué propone que hagamos, señor? Preguntó el segundo.
—Sabemos que el hombre fuerte en esta región es Pedro Sánchez, que representa al cartel de Ciudad Frontera. Es necesario hablar con él para que nos ayude a conservar la tranquilidad en la región, podemos apoyarlo y ganar todos. Yo me conformo con 30,000 dólares mensuales y el resto que usted pueda conseguir, ya sabrá cómo repartirlo, afirmó el hombre trajeado.
Los lugareños suelen llamar “nave” a las planicies que se encuentran rodeadas de montañas, y es en una de estas donde, unas semanas después de la anterior conversación, hombres fuertemente armados esperaban junto a tres vehículos todo terreno, mientras otros tres vehículos se acercaban a estos.
Al llegar se bajaron varios hombres también armados y de ambos grupos se separaron dos hombres, uno de ellos era quien, en la reunión antes relatada, había sido llamado comandante, el otro era un hombre robusto vestido elegantemente con ropa tipo vaquero y con un arma a la cintura que brillaba por el baño de oro que le cubría.
Hablaron lejos de sus acompañantes y, después de varios minutos, se dieron la mano en señal de trato, separándose y dirigiéndose cada uno de ellos hacia su respectivo grupo. Los hombres subieron a los vehículos y abandonaron el lugar.
Durante cinco años, la delincuencia común, secuestros, robo de vehículos y a negocios, homicidios y el narcotráfico al menudeo disminuyeron en aquella región. Había una aparente tranquilidad que permitió florecer la economía. Pero esto era sólo un telón. Aquellos delincuentes que operaban en esa zona decidieron abandonarla en busca de mejores aires, o fueron asesinados e inhumados clandestinamente.
Otras actividades criminales se realizaban impunemente por el grupo de Pedro Sánchez. El tráfico de personas, armas y drogas y, si algún otro cartel pretendía invadir el territorio, sus miembros eran ejecutados o atrapados por la policía, que así exhibía resultados ante los medios y la comunidad.
Está situación no podría durar para siempre. Vino el cambio de gobierno y, por tanto, también los cambios en los altos mandos en la fiscalía y la policía; los tratos que se habían hecho ya no tenían valor. Sorpresivamente se empezó a descubrir una gran cantidad de fosas clandestinas llenas de cadáveres, de aquellos que habían sido asesinados por el grupo criminal en el poder, fuesen enemigos o personas migrantes que no habían podido pagar su rescate y, a los pocos meses, un enfrentamiento entre grupos rivales de capos del crimen organizado atemorizó a una buena parte de la región. Durante más de ocho horas, una gran cantidad de vehículos repletos de hombres armados intercambiaron disparos con armas de fuego de alto poder, lo que obligó a todos los habitantes a recluirse en sus casas o negocios, hasta que aquello acabó.
Esta muestra de fuerza y violencia ponía en jaque al nuevo gobierno. ¿Qué podría hacer con una fuerza policial con limitado poder de enfrentamiento e infiltrada por la corrupción? ¿Se vería obligado a negociar con los capos de la mafia, como lo había hecho su antecesor?
La historia es ficticia, pero basado en hechos reales. en el poder para mantener una ficticia tranquilidad que permita a la sociedad sentir un clima de paz.
Parece ser que esta solución falsa y simplista ha sido la que ha imperado. Se habla continuamente de alcaldes o gobernadores inmiscuidos con el crimen organizado, un ejemplo de esto es el del recién aprehendido en Italia, exgobernador Tomás Yarrington, quien negoció, en Tamaulipas, con uno de los grupos criminales mejor preparados y más violentos del país: Los Zetas.
También me ha tocado observar que aun y cuando mucho se diga y se formulen leyes, no se ha encontrado en el poder público mexicano una verdadera voluntad de tener un sistema de seguridad pública bien estructurado y que combata el crimen mediante la inteligencia y no a través de la fuerza. Acaso será por conveniencia y de ahí surge también la duda de hasta dónde llegará la influencia del crimen organizado en México, dentro del sistema político.
—Les invito a buscar mis videos en YouTube a nombre de Oscar Müller Creel, así como a escucharme todos los lunes a las 9:40 horas, tiempo del centro de México en Radio Claret América