Por: Oscar Müller
Debo confesar a mis estimados y contados lectores que soy lo que el presidente de México califica como Fifí, pues nací dentro de una familia de clase media, mi padre era impresor y librero, empezaba sus días con el sol y los terminaba muchas horas después que el “astro rey” se había ido a descansar del otro lado del planeta.
Mi madre, además de atender la casa, ayudaba en la imprenta, escribiendo en una máquina que justificaba los textos, nada que ver con las tecnologías actuales. La máquina era totalmente mecánica, se escribía un renglón por el tipógrafo y, a continuación, la máquina reescribía el mismo renglón ya justificado.
Luego de eso había que hacer la composición: se recortaban con bisturí, regla y escuadra los renglones justificados y se iban pegando, con mucho cuidado para que quedaran parejos y una vez formada la hoja pasaba al proceso de fotocomposición cuando, en un cuarto oscuro iluminado solo con una tenue luz roja, se fotografiaban los documentos para obtener los negativos que a su vez eran puestos en un marco de papel especial que tenia marcas para que quedara exactamente encuadrado y de ahí a quemar la placa que poníamos en el rodillo de la rotativa, cargar el papel, poner la tinta en el depósito, confirmar que el agua estuviese en su depósito, eran las cuestiones rutinarias que precedían a arrancar la máquina y empezar a imprimir.
El manejo de las resmas de papel, de tal forma que entre las hojas penetrase el aire y que así se acomodaran y luego la compaginación que debía hacerse con extremo cuidado, pues cuando las hojas eran numeradas, un error implicaba el deshacer posiblemente horas de trabajo.
Gracias a mis padres que desde niño me tenían en el taller de imprenta aprendía a hacer muchas de esas cosas y me siento orgulloso de eso.
Mi madre era también escritora y escribió y publico dos libros “Benjamín” y “El Conquistador del Desierto”, además de muchos cuentos e historias cortas, su labor literaria le valió que una de las calles de mi natal Chihuahua, lleve su nombre.
Hace unos días, una hermana nos envió un mensaje:
- me voy a deshacer del “Tesoro de la Juventud” ¿Quién lo quiere? –
Me llegaron más recuerdos de mi infancia pues esa maravillosa colección de libros la teníamos en la casa, en un librero que aún conservo y se encuentra en la pequeña oficina donde escribo estas letras y es que de mi madre aprendí también el gusto por la lectura, que me ha acompañado hasta ahora, casi pudiera decir que es un vicio, pues siempre quiero estar leyendo algún libro y por lo general me gusta la novela histórica.
Así que vivir en una familia de clase media, en la que el amor por el trabajo y la cultura eran una constante, me fue forjando como un Fifí y más cuando llegó el momento de acudir a la universidad en este México en el que esa oportunidad se presenta para pocos.
Fui a una Universidad pública, ni pensar en una privada cuando mis padres tenían que hacerse cargo de otros seis hijos; pero la experiencia fue muy constructiva para mí, pues ahí me encontré con compañeros que pensaban como los que ahora están en el gobierno de mi país, los comunistas de quienes creía solo la mitad de lo que decían, lo que fue acertado pues con el paso de los años, me pude percatar que la gran mayoría de aquellos “reivindicadores sociales” no eran más que resentidos que odiaban a quien tenía mejor condición económica que ellos y en muchos casos su resentimiento no venía ni tan solo por eso, pues ellos venían de familias de clase media como yo.
Terminé mi carrera con éxito, pues a los dos años de haber egresado, me hablaron de la misma universidad, proponiéndome impartiera una cátedra, lo que acepté gustoso y así empezó una carrera académica que aún no termina y de la cual me siento orgulloso.
Vino la familia y la necesidad de esforzarse por cumplir con la responsabilidad de sacar adelante a mis hijas, labor que realicé con mi querida esposa y de la cual nos sentimos orgullosos. Más cuando las hijas dejaron de ser niñas fue momento de seguir buscando otros horizontes.
Así procuré superar mi educación e hice una maestría, después un doctorado y ya en mis sesenta años cursé otra maestría y a pesar de mi edad, todo lo hice becado y así pude superarme como académico.
De mi juventud en la imprenta, recuerdo con aprecio a todos los que colaboramos con la empresa, pero tengo un especial lugar para un hombre de apellido Cruz que vivía en una colonia popular en donde tenía una pequeña tienda de abarrotes que era atendida por su esposa durante el día y cuando el salía de su trabajo de la imprenta, seguía con la chamba en la tienda. Si mal no recuerdo, todos sus hijos fueron a la universidad.
Así pues, mis apreciados lectores soy FIFI, así todo con mayúsculas, pues soy producto del esfuerzo de mis padres y del mío. La vida me dio oportunidades que no desaproveché, pero el esfuerzo fue el mismo que el de muchos otros que día a día trabajan por superarse, a pesar de aquellos que odian a quienes buscamos que nuestro trabajo rinda frutos para nosotros, nuestros hijos y aquellos que nos rodean.