La idea del ser humano de poder trascender más allá de esta vida se puede observar desde que los primeros homínidos empezaron a celebrar ritos funerarios que en un principio pudieran ser algo tan simple como enterrar el cadáver de un miembro de su clan y que luego se fue transformando en cultos de gran complejidad como las momificaciones y tumbas de los faraones egipcios, los monumentos de los emperadores chinos o los panteones romanos.
México no es la excepción y el apego a los ascendientes fallecidos ha trascendido desde los antiguos ritos Aztecas hasta las actuales celebraciones conocidas como “Día de muertos”, sobre las que Alberro ha publicado un excelente artículo que sirve de base para esta columna.
Los ritos que se comentan tienen como antecedente una fiesta indígena con antigüedad de miles de años practicada por los Mexicas (Aztecas), en la que se implicaba una forma de burla hacia el fenómeno de la muerte, pues estimaban que la vida no tenían una existencia real, sino que era más bien como un sueño y la muerte era el despertar de este y el volver a la realidad, es por esto que a al fallecimiento no lo veían como un suceso trágico, sino que tenía en sí un carácter de festividad que aún se conserva.
El festejo Azteca se realizaba para venerar a Mitecacihuatl reina de Chinagmictlan que era el noveno nivel del mundo subterráneo y las celebraciones tenían como fundamento la creencia de que quienes habían muerto volvían a visitarlos con la autorización de la señora del submundo, llevándose a cabo los festejos, en lo que corresponde al mes de agosto de nuestro calendario.
Al llegar los españoles se encontraron con esta ceremonia y pretendieron erradicarla, lo que no les fue posible y por consecuencia pusieron en práctica una costumbre que había sido adoptada para asimilar los festejos paganos a las ceremonias propias de la Iglesia cristiana y que, en el caso específico de la celebración para los muertos, se había adoptado desde el siglo séptimo por el Papa Gregorio I en relación al rito a la muerte de los Druidas Celtas de las Islas Anglas que era conocido como samain, lo que se convirtió en las festividades cristianas de «Todos los santos» y «Día de difuntos».
Esta fusión de creencias religiosas trajo consigo lo que ahora conocemos en México como el “Día de muertos» y que tiene su sustento en la idea de que nuestros antepasados vienen a visitarnos en esa fecha específica.
Tiene una duración de dos días, el primero de noviembre que es conocido como el día de «Todos los santos» cuyo objetivo es festejar a y recordar a aquellos que murieron aun siendo niños y el día dos de noviembre que se encuentra dedicado para los antepasados mayores que murieron y es conocido como el «Día de difuntos», las celebraciones tienen un tinte evidentemente religioso pero no escapa también lo festivo que se representa a través de los artes culinario, decorativo y otras expresiones.
Las flores adquieren especial relevancia para la decoración de las tumbas de los familiares, se suele utilizar la flor conocida como cepansuchitl, aunque también se da bastante uso al crisantemo; en el aspecto culinario el pan y los dulces son imprescindibles y se producen con formas alusivas a la ocasión, como huesos y calaveras o inclusive cajas de ataúd.
Los familiares se suelen reunir en el lugar que se encuentran sepultados sus antepasados y les llevan las ofrendas antes mencionadas; junto a las tumbas se suelen poner mantas en el suelo y en ellas se distribuye comida que es ingerida por los presentes, acompañada por bebidas alcohólicas, como el tequila y el pulque; en la tumba se colocan velas encendidas para que el espíritu del familiar muerto encuentre el camino de regreso a su mundo.
Algunas de las celebraciones del día de muertos en México han adquirido fama por su vistosidad y son consideradas en otros países como una especie de carnaval al que hay que acudir; una de las celebraciones más famosas se da en la población de Mizquic que se encuentra a unos 60 km al sur de la capital del país, de acuerdo a los habitantes de esta población el día de muertos, cuando se pone el sol, los difuntos llegan en procesión al pueblo y entran a las casas de sus parientes guiados por el olor de sus comidas favoritas, por ese motivo se cocinan los guisos propios de la familia y las puertas de las casas permanecen abiertas durante toda la noche para que los familiares difuntos puedan entrar y convivir con ellos compartiendo la comida.
En algunas otras celebraciones se realizan danzas en las que los danzantes se encuentran disfrazados con vestidos y máscaras alusivos al momento, principalmente esqueletos y calaveras.
Brandes refiere que existentes características propias de la celebración del “Día de muertos” en México que la diferencia con otras costumbres similares: el nombre «Día de muertos», la abundancia de panes, dulces y velas y el buen humor y la alegría presentes en las fiestas.
Esta tradición mexicana ha acarreado diversas expresiones como son las artísticas de las que encontramos una espléndida representación en las «Calaveras” de José Guadalupe Posada; religiosas como el actual culto a «La Santa Muerte» y turísticas, dado que las festividades mexicanas del día de muertos ha trascendido al mundo y las poblaciones en que estas fiestas se realizan con mayor folclore atraen a muchos extranjeros y nacionales que van a admirar esa hermosa costumbre mexicana.
Otra tradición propia de estos tiempos y que implica la cultura de ver a la muerte con un tinte de ironía, se representa en la costumbre conocida como “Calaveras Literarias” que consiste en hacer versos sobre alguna persona y relacionarla con la muerte, esta costumbre en la que indudablemente influye ese concepto burlesco de la muerte derivado desde la pre colonia, parece haber iniciado en la segunda mitad del siglo XVIII como una forma de expresar la inconformidad social contra el virreinato, creció durante el porfiriato y ahora es una práctica común a la celebración de muertos y su mayor expresión implica una sátira política, aunque también conlleva una broma amistosa.