La decepción en la política

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Entre los ciudadanos y la clase política, existe una brecha erosionada por la desilusión hacia los procesos democráticos.

Los factores que nos han llevado a esto, los principales son el que, a raíz de la extinción de la división ideológica que prevaleció durante la mayor parte del siglo pasado, la comunidad no encuentra una gran diferencia que permita justificar a un proceso democrático, como un verdadero ejercicio de autodeterminación. Los medios de comunicación, también tienen su parte, pues su influencia durante los procesos electivos se basa en elementos psicológicos de publicidad y la difusión de una imagen fabricada de los candidatos que compiten, lo que ha llevado a estos, a basar sus campañas en el desprestigio de su contraparte mediante guerras sucias, que provocan en los ciudadanos una impresión que la clase política es carente de decencia y honestidad.

El costo de la política, es cada vez más alto, no solo en las campañas propias de los candidatos, sino en el aparato burocrático que tiene que ponerse en acción, para los procesos de elecciones y es mucho el dinero que se maneja por los órganos gubernamentales, lo que vuelve a la función pública un blanco para quienes quieren su tajada de los fondos públicos, sobre todos políticos y empresarios.

Otro factor de este comercio de la voluntad ciudadana, es el mismo poder público, que, mezclado con el factor dinero, vuelve a la política una actividad que se aleja de la sociedad, para acercarse a los cotos del poder económico y así las candidaturas se vuelven una mercancía que estará a disposición de quienes quieran comprarla, sean empresarios, empresas trasnacionales, además del narcotráfico y otras formas de crimen organizado. La oportunidad de poder decidir sobre las funciones del Estado, es mercadería puesta a disposición de quien quiera comprarla.

Entonces, la política se vuelve un círculo vicioso en el que el proceso de elecciones es solo un factor secundario y controlable a través del dinero y los medios de comunicación y los verdaderos factores de decisión se encuentran en quienes detentan el poder económico y político y, de esa forma, cada vez es más difícil rescatar a la política como una actividad de la sociedad y no de unos cuantos.

Así el proceso democrático, que debiera ser una verdadera muestra del poder de la sociedad, se ha transformado en una actividad que se presenta como un ejercicio inútil para el logro de un buen gobierno.

Sería ingenuo pensar que la política es una actividad sin tacha; siempre encontraremos actos de mal uso del poder, que forman parte de esa actividad. El problema es cuando estos actos son una práctica tan extendida que dejan de ser la excepción, para convertirse en regla general, de tal manera que la democracia es vista, por los ciudadanos, como una fachada para esconder a quienes, como hienas agazapadas, esperan a que el sistema político les dé la oportunidad de arrojarse sobre el botín del poder y las arcas públicas.

Los procesos que estamos viendo en algunos países de Latinoamérica, son el reflejo de este menosprecio a la decisión popular: En Brasil, los políticos se han burlado de la voluntad ciudadana que eligió a una presidenta y han usado al congreso para esto; en Venezuela, la democracia se ha vuelto en contra de la sociedad, a través de un presidente autoritario y sin controles y, en México, la corrupción galopante y la ineficiencia del gobierno, hacen pensar a la sociedad en lo inútil de los procesos electorales y, una buena parte de ella, se inclina por la búsqueda de un candidato mesiánico, que les promete solución para todo.

Los electores en los Estados Unidos enfrentan a ese desencanto de la política, pues el sistema no les ha dado mucha capacidad de maniobra, se ha limitado a darles la posibilidad de elegir al que consideren “menos malo” y no el que sea mejor; a pesar de esto, en las votaciones preliminares, se ha visto una participación creciente, que nos hace ver que la sociedad norteamericana todavía cree en su democracia como una herramienta para su gobierno.

Es indudable que esta campaña para la presidencia de los Estados Unidos, se ha visto impregnada de tantas cosas desagradables hacia la ciudadanía. Por un lado, tenemos los escándalos del Sr. Trump y sus discursos de odio, aderezados con un Partido Republicano que fue totalmente sobrepasado por ese personaje y ahora dividido y, por el otro lado, encontramos un Partido Demócrata, cuya cúpula, en su afán de favorecer a la Señora Clinton, jugó sucio y tramposo hacia el candidato Sanders, desilusionando con esto a la multitud de millenials que le apoyaban, los escándalos de los correos electrónicos han sido la tónica de esa campaña.

Creo que ya no importa quien gane, sino que lo importante es el daño que el sistema político norteamericano ha sufrido con estas campañas jugadas en un estercolero. Al igual que en América Latina y muchos otros países en el mundo, la actitud de la clase política en Estado Unidos, ha dejado correr aguas turbulentas que erosionan esa brecha entre políticos y ciudadanos y ahora corresponde a los políticos de buena voluntad, que los hay muchos, ponerse a trabajar para disminuir la brecha y defender la democracia de su país.

Crédito de la imagen: http://www.semaforo.mx/content/democracia-y-buen-gobierno

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About Post Author

Oscar Muller Creel

Oscar Müller Creel es Doctor en Derecho especializado en derechos humanos, ética profesional, seguridad publica, corrupción y libertad de expresión. Ha escrito diversos libros y artículos científicos. Columnista en varios medios de comunicación internacionales, tanto para prensa como radio. Si usted desea publicar esta columna en su medio de comunicación, agradeceremos se comunique con nosotros. OMC Opinión. Todos los Derechos Reservados 2015
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