La caravana se componía con dos carruajes en los que viajaban ocho pasajeros, tres carromatos que transportaban mercancía, una recua de 12 mulas, también cargadas y dirigidas por dos arrieros y dos hombres que cabalgaban exhibiendo armas de fuego y acero, lo que les identificaba como escoltas del grupo. Recorría el Camino Real que discurría entre Querétaro y Celaya. Los viajantes podían ver, a su izquierda, la sierra de Tungareo, de cuyo bosque apareció, en forma repentina, una gavilla de más de 30 hombres que apuntaron con sus armas al grupo y, de entre ellos se destacó uno que les dijo “soy José Manuel Correa, insurgente, como todos los que me acompañan, no venimos por sus vidas o sus bienes, tenemos órdenes del General Ignacio López Rayón de llevar con nosotros a José María Cos”.
Se abrió la portezuela de una de las carrozas y de ella bajó un hombre que frisaba los 40 años. “Yo soy quien buscan y estoy dispuesto a ir con ustedes, siempre que respeten la vida de quienes me acompañan”.
El jefe de la gavilla pidió un caballo a sus subalternos y uno de ellos se acercó con una bestia preparada para ser montada, a la cual subió Cos, procediendo a alejarse con los insurgentes. La caravana continuó su camino hacia Celaya, comentando el suceso. Corría el mes de octubre de 1811 y la guerra de independencia llevaba algún tiempo estancada entre los bandos que contendían, por lo que no era extraño que los viajantes en el territorio de la Nueva España se encontraran con tropas insurgentes o realistas, a lo largo de los caminos que le recorrían.
Retrocedamos en el tiempo para ver quién era este personaje y por qué las tropas insurgentes tenían interés en esa persona.
José María Cos y Pérez era oriundo de la ciudad de Zacatecas, donde desde niño se destacó en los estudios, lo que le valió para ser enviado a la Universidad en Guadalajara, en donde obtuvo el grado de doctor en Teología; fue ordenado como sacerdote y asignado a una parroquia en la población denominada Burgo de Cosme, la que se encontraba en la cercanía de Zacatecas, donde acostumbraba viajar y participar en las tertulias y reuniones en las que se hablaba de la nueva ideología que negaba a la monarquía el derecho a gobernar y se lo atribuía al pueblo; ideología en la que nuestro personaje estaba bien versado, por lo que obtuvo fama de intelectual y hombre de letras.
En septiembre 1810, la guerra de independencia había estallado y los insurgentes habían tomado Guanajuato, el intendente de Zacatecas, Francisco Rendón, fue informado que una parte del ejército rebelde se dirigía a la ciudad. Esta noticia provocó una desbandada de españoles y ricos mineros que abandonaron la población ese mismo día, algunos con rumbo a Aguascalientes y otros a San Luis. Ante esta situación, se convocó a una junta del ayuntamiento, en la que se decidió que la población no contaba con elementos para ser defendida. Luego de la junta, el propio Rendón huyó, pues la gente se empezaba a levantar, saqueando casas y comercios de los españoles que habían huido y los obreros de las minas exigían el pago de salarios pendientes.
Un hacendado popular, el Conde de la Laguna, fue nombrado intendente en sustitución de Rendón y logró restablecer el orden en la ciudad; conociendo que las tropas rebeldes, que les amenazaban, eran comandadas por el señor Rafael Iriarte, el conde convocó a una junta, en la que se decidió enviar a una persona que dialogara con los jefes de la insurgencia y procurara conocer las intenciones de estos.
El conde propuso: “Entre nosotros sólo hay una persona con la capacidad para dialogar con los insurgentes: el cura del Burgo de San Cosme, don José María Cos y Pérez”.
Fue así como el personaje de nuestra historia se trasladó a la ciudad de Aguascalientes, en donde se entrevistó con el insurgente Iriarte, quien le dio un documento en el que se comprometía a respetar la vida y bienes de los zacatecanos, si la plaza se rendía. Cos, con el documento en su poder, se tomó el camino de vuelta a Zacatecas, pero fue sorprendido por las tropas leales a la corona y la posesión de la carta de los rebeldes fue motivo para sospechar de él y encarcelarle.
Pero la fama de hombre letrado que tenía Cos había llegado a oídos del virrey Venegas, quien, unos meses después, ordenó su excarcelación y su traslado a la Ciudad de México, para que le sirviera como asesor, puesto en el que desempeñó por cerca de un año.
Una vez que el virrey Venegas le dejó partir, Cos tomó pasaje en el carruaje que le llevaría a León, en donde pensaba tomar otro transporte hacia el norte, pero su viaje se vio interrumpido en la forma abrupta que ha quedado descrita.
La gavilla de insurgentes que le llevaba se dirigía hacia el sur a través de caminos vecinales y veredas de poco tránsito y, mientras cabalgaban, Cos se preguntaba por los motivos que habría tenido el general López Rayón para secuestrarle y cuál sería su destino, una vez que estuviera en su presencia.