El grupo de cerca de 50 personas caminaba por aquella zona desértica. La penuria de una larga jornada se reflejaba en delgados cuerpos y en lo desgastado de la escasa ropa de piel que les cubría; eran niños, hombres y mujeres jóvenes, los mayores habían quedado en el camino de aquella larga jornada, que llevaba ya varios inviernos. Habían sido expulsados de las tierras del norte por tribus más belicosas y fuertes; cada vez que se asentaban en algún lugar, eran, de nueva cuenta, expulsados y obligados a buscar una nueva migración hacia el sur, en tierras cada vez más desérticas, en un peregrinar que había durado ya varias generaciones.
Pero en las últimas semanas parecía que dejaban el desierto atrás, se habían adentrado en un territorio menos hostil, las praderas se extendían hasta el horizonte y en ellas encontraron los grandes animales de piel gruesa, joroba y astas sobre la cabeza, que, en grandes manadas, pastaban y eran la principal fuente de vida para las tribus que habían dejado en las tierras de donde emigraban, pues no sólo les proporcionaban alimento, sino también refugio y vestido, que elaboraban con la gruesa piel de esas bestias. También debían caminar con cuidado, pues el suelo estaba lleno de hoyos cavados por pequeños mamíferos que no alzaban más de dos palmos y, a su paso, salían de su madriguera y ladraban con un sonido agudo, seguramente con la intención de avisar a los otros la presencia de extraños.
Los dos exploradores que les precedían en el camino, apenas adolescentes pero veloces al andar, fueron avistados hacia el sur y brotó la esperanza de que hubieran hallado algún lugar en el que, al fin, pudieran asentarse. Al encontrarse, recibieron una estupenda noticia: a menos de un día de distancia, había una corriente de agua continua, al pie de una quebrada que tenía una oquedad grande orientada hacia el sur.
Cuando llegaron encontraron que el sitio era ideal para asentarse y así lo hicieron, dejaron de ser una tribu errante para convertirse en un grupo sedentario, que con el correr de las centurias, fue perfeccionando diversas técnicas: aprendieron a hacer ladrillos de tierra quemados por el sol y con ellos construyeron edificaciones cuyas entradas eran bajas y en forma de “T”, lo que les permitía defenderse de los ataques que, muy de cuando en cuando, realizaban otras tribus que se fueron asentando en la región; los aislados contactos con gente que venía del sur les ayudó a perfeccionar sus técnicas de cultivo y adoptaron el esquema conocido como “milpa”, cultivando espacios cuadrados en los que sembraban maíz, calabaza y otros vegetales, trabajándolos y explotándolos en forma comunal; perfeccionaron la técnica de elaborar cerámica a través del cocimiento de arcilla y lograron crear espacios de almacenamiento de granos para los meses de invierno.
El grupo creció y fue necesario buscar otras barrancas con condiciones similares para que se instalaran las nuevas familias y lograron ser la cultura predominante de la región, a grado tal que, salieron de los acantilados para construir en las llanuras. Esto trajo paz a la región y con ella el intercambio comercial con otras tribus, así obtenían productos del mar de la gente que vivía en el gran lago de agua salada que estaba al oeste, de quienes obtenían conchas de animales que los artesanos trabajaban con gran maestría y, con los que venían del sur, comerciaban con aves cuyas plumas eran muy apreciadas por la intensidad y variedad de sus colores y de ellos también aprendieron el juego de pelota.
Después de mil años de la llegada de aquel primer grupo se consolidó la cultura que ahora conocemos como Mogollón, edificaron su principal ciudad en un valle que estaba especialmente ubicado para el desarrollo del comercio, la técnica de tierra apisonada se utilizó para la construcción de los muros de los edificios que llegaron a tener hasta cuatro pisos de altura; crearon un sistema hidráulico compuesto de agua corriente que surtía a la ciudad y luego era desechada por un sistema de drenaje que discurría hasta un estanque de oxidación de las aguas de desecho. En su época de apogeo llegó a tener más de 3,000 habitantes y fue el centro ceremonial de la región, se han descubierto caminos que llegaban al lugar desde el oeste, el norte y el sur, cruzando montañas y valles.
Cuando los europeos arribaron a América, hacía dos siglos que la gran ciudad había sido abandonada. Los primeros hombres blancos y barbados que llegaron a la región se asombraron al ver los vestigios de aquella civilización y al lugar donde aún se apreciaba la grandeza de la ciudad ceremonial, lo describen en sus crónicas como: “una gran ciudad… edificios que semejaban haberse construido por los antiguos romanos…”. Hoy en día la región es conocida como “Casas Grandes” y el sitio arqueológico como “Paquimé”, que en lengua autóctona tiene el mismo significado.
La cultura Mogollón se extendió por el suroeste de Estados Unidos y el norte de México. En Chihuahua hay diversos sitios donde se encuentran vestigios de esta cultura, los arqueólogos, desde 1936, han trabajado para restaurar el sitio de Paquimé y, anexo, se ha abierto el Museo de las Culturas del Norte. La Oficina para la Educación, la Ciencia y la Cultura de la Organización de las Naciones Unidas (UNESCO), ha declarado al complejo arqueológico como patrimonio de la humanidad.