Qué difícil es ver la desgracia ajena, con solidaridad, cuando esta está lejos de nosotros: si los Talibanes tratan a las mujeres como animales y las someten a la humillación durante toda su vida; sí hay guerra en Siria, y más de 5,000,000 de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares tradicionales y desplazarse abandonando el esfuerzo de una vida, en una guerra que ha costado más de 300,000 vidas; que cada vez es más alto el número de muertos y ahogados que tratan de llegar desde al África Sahariano hacia Europa, que en el sur de ese desierto existe esclavitud de niños a los que se les obliga a trabajar para extraer diamantes que luego son vendidos en los mercados de los países industrializados o que grupos armados secuestran niños y los hacen trabajar como asesinos. Todas estas son situaciones de un mundo convulsionado que conozco y aunque puedo ver el dolor de los afectados a través de las pantallas, convirtiéndose en imágenes, me afecta, como a la gran mayoría de las personas, pero mi conciencia se adormece por la distancia: está lejos, no me afecta y por tanto sé que existe, pero poco o nada hago para paliar ese sufrimiento.
Pero cuando ese sufrimiento se acerca, la necesidad de ser solidario es más apremiante, surge el deseo de buscar la forma de ayudar a quien ha sido afectado por alguna desgracia.
El terremoto en México, mató a cientos de personas y destruyó miles de hogares en mi país, representa un sufrimiento humano que está cercano a mí y, por tanto, inclina mi ánimo a buscar la forma de ayudar, mientras más cerca la desgracia, mayor es el humanitarismo que surge. Es notorio el ejemplo nos han dado quienes se han arriesgado al acercarse a los escombros de los edificios derruidos, para tratar de salvar vidas humanas y también lo es el de aquellos que se han solidarizado donando ropa, alimentos, medicinas y más, en ayuda de aquellos que han caído en desgracia debido a los desastres naturales.
La comunidad mexicana de Chicago ha enviado 37 contenedores con ayuda para las comunidades afectadas en México, en una muestra de solidaridad muy propia de esa valiosa gente; así lo demostraron, no hace muchos meses, con Don Fidencio Sánchez, conocido como el “Paletero de la Villita”. Esta nueva ayuda, es una muestra más del sentimiento que guardan bajo la piel quienes han tenido que emigrar hacia el norte en busca de una vida que en México, no fuimos capaces de proporcionarles; ese sentimiento de orgullo de pertenencia, a una cultura que se niegan a olvidar, a sus costumbres alimentarias, que han sabido llevar a donde ahora radican, sus canciones, religión e idioma.
Junto a ese orgullo de pertenencia se encuentra también un fuerte resentimiento, hacia una sociedad pudiente que solo ve por sus intereses y una clase política que engaña para llegar al poder y desprecia una vez que lo logra, un sistema cada vez más corrupto que propicia la delincuencia y la violencia y que se niega a atender las necesidades de las clases menos favorecidas.
Que fuerte contradicción se lleva dentro, pero también que fuerza para vencerla y lograr que la bonhomía y la solidaridad sobresalgan para ayudar a quienes han sufrido los embates de la naturaleza en este mi México convulsionado.
Los mexicanos de Chicago son un ejemplo para quienes vivimos al sur de la frontera, que comprensible sería que vieran las desgracias provocadas por la naturaleza, como algo lejano y, por el contrario, lo ven como algo propio y se organizan para demostrar su solidaridad en forma tangible.
Que diferencia con la clase política mexicana, que, en su mayoría, solo ha pretendido lucrar con el desastre que la naturaleza nos ha traído, como animales carroñeros que han utilizado las redes sociales y los medios, para arrojarse estiércol unos a otros y pretender ser los benefactores de este país. Qué patética imagen presentan los políticos haciendo declaraciones con las mangas arremangadas de una camisa que vale meses de esfuerzo de un trabajador, o con chalecos militares, pretendiendo dar una imagen de esfuerzo y trabajo, en favor de los damnificados.
Espero que esos señores alcancen a comprender que la imagen de un soldado llorando ante la presencia de los cadáveres de madre e hija rescatados, dignifica más al Ejército Mexicano que mil discursos del General Cienfuegos y que la solidaridad de los hermanos de Chicago nos da más orgullo y satisfacción que todas las peroratas de la clase política mexicana.
Gracias amigos de Chicago.