La colonia donde vivo es de clase media, fue originalmente poblada por personas que trabajaban para el Gobierno Federal que, a través del programa para viviendas, lotificó y construyó esta parte de ciudad, hace ya cuarenta años; por lo general somos personas que tuvimos la oportunidad de recibir educación universitaria y, por tanto, formamos parte de esa parte de la sociedad mexicana afortunada, porque recibimos oportunidades que a muchos les fueron negadas; pero no se crea que somos pocos, en realidad México tiene dos clases sociales muy marcadas, las personas que se encuentran en situación de pobreza, que son alrededor de 50 millones en un universo de 120, por lo que casi todo el resto conformamos la clase media, pues la clase económicamente fuerte es un porcentaje mínimo que apenas llegará a 1.5 millones de personas.
Cada oportunidad que hay que hacer valer nuestro derecho de elegir a quienes nos representan, se instalan en la colonia varias casillas y acudimos a votar a la que nos corresponde, de acuerdo con una serie de parámetros de locación que determinan las autoridades.
En lo personal, el día de las elecciones procuro levantarme, darme una ducha y vestirme con ropa de calle sencilla, pero consciente de que lo que voy a hacer es algo fundamental para la comunidad en la que vivo, pues cada vez que marco la boleta electoral se que estoy tomando una muy pequeña pero importante decisión para el destino de mi país. Es pequeña pues soy una parte de ese universo de más de 85 millones de votantes que tendrán la posibilidad de decidir, tanto en México como en el extranjero; es importante pues la acción ciudadana es necesaria para que no perdamos ese valor esencial que se llama democracia y que es el basamento sobre el que se asienta una sociedad libre.
Los ciudadanos comunes no somos el único elemento en juego en este proceso, está el otro lado de la moneda: la clase política y si en realidad se tratase de una moneda, creo que los ciudadanos en una buena parte del planeta, nos hemos percatado que ese lado esta tan sucio que, en ocasiones da repugnancia tocarlo.
Han surgido políticos, a los que identifican como populistas, que proclaman que con ellos ese no es el caso, que ellos forman esa minúscula e invisible parte de la cara de la moneda que ha escapado a embarrarse de mugre y que ellos tienen la varita mágica que limpiará la moneda.
En México surgió ese político que durante 3 sexenios, se jactó de tener esa fantástica fórmula para acabar con todos los males del país y vinieron las elecciones de 2018 y de ese universo de 85 millones de votantes, 30 decidieron aferrarse a esa promesa como si fuese un clavo ardiente que nos pudiera ayudar a salir del pozo de desperdicios en que se encuentra hundido nuestro país; pero casi el doble de los ciudadanos, unos, los menos, decidieron ir por otra opción y el resto, una gran mayoría, asqueados de los fétidos olores que despide el foso de la política mexicana, decidieron no asomarse.
Si la fórmula mágica funcionó y se limpió el foso de la podredumbre o sigue siendo la misma porquería, es una decisión que dejo al análisis y conciencia de mi estimado lector.
Este año vienen elecciones de nueva cuenta y creo que, en la gran mayoría de los ciudadanos, el hartazgo sobre la podredumbre de la clase política continúa y yo no he visto en la publicidad otra cosa mas que el eterno pleito sobre ¿quienes son los peores?, pues ningún grupo puede presumir de ser el bueno. En el pasado todos nos han dejado con una impresión de asco que sobrevive, en su discurso y sus acciones, no se ve interés en dar soluciones.
Lo cierto es que la clase política ha causado, desde hace décadas, un fuerte daño a los mexicanos y, en este siglo, esto ha ido creciendo. En Estados Unidos viven cerca de 37 millones de compatriotas o sus descendientes, persona que tuvieron que salir de México al no encontrar en el país la posibilidad de progresar y en muchos casos hasta de sobrevivir.
La corrupción y el mal uso del dinero que todos los mexicanos aportamos para tener una buena administración, se han dado en forma tan presente y descarada que cada vez vemos a la clase política como la causa de nuestros males y no la solución a ellos.
Este año vienen elecciones en México, congresistas, gobernadores y alcaldes serán los puestos en disputa, pero la gran pregunta es si los mexicanos acudiremos a las urnas o nos dejaremos llevar por el marasmo en que nos encontramos hundidos y permitiremos que los políticos aprovechen esa situación.
¿Podrá la clase política revertir esa mala impresión y cuál sería la solución?